Parecerá extraño –y de hecho lo es- pero una columna dedicada a hablar de la economía –que no es otra cosa que recursos puestos en circulación para generar más recursos- hoy va a dedicar su espacio a hablar de conocimientos inútiles –es decir sin capacidad de ser monetizados; o, al menos, de que se deduzcan de ellos ningún beneficio susceptible de ser convertido en dinero- y de actividades que por su propia naturaleza tienen que estar fuera de las leyes del mercado. Que los debe haber. Los unos y las otras.
Es a partir del Renacimiento cuando el conocimiento adquiere un valor superior como medio de llegar a la comprensión del ser humano y para acercarse a los ideales de belleza. Duró poco. El utilitarismo inglés puso a trabajar a la inteligencia para fines más prácticos; la razón ilustrada matizó el programa sacando a la luz valores que se pretendían universales, como la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres. El capitalismo ha sido un motor de desarrollo de la humanidad, nadie lo duda, pero su última propensión hacia una ética basada en el culto al dinero, al consumo y al pensamiento débil ha desterrado otros valores que, incapaces de ser monetizados, son arrinconados en una esquina del sacrosanto mercado. Conceptos como libertad de conciencia, respeto al diferente, progreso con respeto a la naturaleza o conocimiento humanístico son estigmatizados como inútiles compañeros de unas políticas caducas que solo generan improductividad. Y la cuestión es que el culto a lo útil desde el punto de vista económico ha emponzoñado a distintos sectores, y en especial a la educación. Nadie en su sano juicio es capaz de poner en duda la necesaria preparación profesional que requiere toda educación que se precie, pero “privilegiar de manera exclusiva la profesionalización de los estudiantes significa perder de vista la dimensión universal de la función educativa de la enseñanza: ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas que exige no se subordinan a una formación cultural más amplia, capaz (…) de dar libre curso a su ´curiositas´”. Son palabras de Nuccio Ordine sacadas de su precioso librito “La utilidad de lo inútil”.
La crisis sanitaria ha producido una crisis económica; y con toda probabilidad la crisis económica conllevará una crisis social que en mentes inquietas derivará en una crisis existencial. Seremos más pobres en dinero y más ricos en experiencia. Es probable que los valores de la razón ilustrada resurjan junto con otros más modernos como el respeto a la naturaleza. Aunque sea escaso su valor monetario. Aunque perjudiquen incluso el desarrollo económico de algunos sectores. Son ellos, junto con la cultura, los únicos capaces de matizar el culto al dinero.
De otro lado, si hay actividades que deben estar fuera de la lógica del mercado son la Sanidad y la Educación. La una debe procurar una prestación universal con el único fin de garantizar la salud y el bienestar de la población. La otra crear a hombres formados, “cabezas bien hechas”, que diría Montaigne, y por lo tanto más capaces, más críticas, más libres. Hábiles para ejercer su profesión pero también con la sensibilidad suficiente como para concebir la humanidad como un sujeto único. La ausencia de esta comprensión ha sido una de las grandes debilidades del género humano que con la pandemia se ha convertido en su gran amenaza. La proliferación de nacionalismos y los intentos de cierres de frontera cuando no de desprecio al otro – ¿recuerdan lo del virus chino de Trump?- poco ayudarán de cara al futuro cuando otra pandemia u otra catástrofe natural o un virus informático nos amenacen como género.
