¿Qué diría Adam Smith en unas circunstancias como estas? ¿Seguiría afirmando que el mercado se rige por una ley interna que no solo asigna recursos con eficiencia sino que además lo realiza, con “mano invisible”, de una manera inevitable y justa? En esta crisis, sin embargo, la mano es muy visible, alentadoramente visible, pero es la mano del Estado. De ese “Welfare State” surgido de otra catástrofe, la Segunda Guerra Mundial, y que ha llevado a Europa a los mayores índices de prosperidad y de justicia distributiva. Se ha hecho evidente en la crisis sanitaria. Desgraciadamente, los recursos han sido insuficientes, pero ello solo evidencia la necesidad de no disminuir, nunca, el gasto sanitario. Ni el de Educación e Investigación. Deben ser ambos los pilares del gasto público. Que posee tanto la naturaleza de gasto como de inversión.
En estos días, mientras el mercado mostraba su flaqueza sacudido por un terremoto, la economía boqueaba en demanda de oxígeno público. El capitalismo es el mejor sistema para la generación de recursos -no para su distribución equitativa-; pero lo es en tiempo de bonanza, no en escenarios revueltos. Cuando llega la tormenta, los mercados se retrotraen. Se requiere entonces una inyección de liquidez y de gasto público para incentivar la actividad productiva y para ayudar a los náufragos de la tormenta. Es decir, una política fiscal y monetaria expansiva. Pero nada en este proceso es gratuito. A medio plazo, la intervención dinámica del Estado en la economía conlleva una importante generación de deuda pública que sustituye al papel que le correspondería a la iniciativa privada y a la liquidez interna del sistema. Pero será positiva la medida al perseguir un único fin: que las empresas no solo no caigan sino que vuelvan a funcionar lo más ágilmente posible cuando las condiciones se tornen favorables. Como se ve, las viejas ideas han quedado obsoletas y las nuevas no aceptan prejuicios ideológicos.
Y no deben terminar aquí las iniciativas: también es imprescindible intervenir en los mercados financieros para acotar el papel de buitres y de tiburones. No es de recibo que haya quien pesque en río revuelto, por mucho que responda a leyes darwinianas trasladadas a la economía. Aunque es ilusorio pensar que el capitalismo salvaje haya dado sus últimas coletazos. En estos días de reclusión he tenido la oportunidad de leer la biografía de Jurgen Habermas, escrita por Stefan Müller-Doohm. Habermas nos enseñó la necesidad de “domesticar” el capitalismo con una democracia garantizada por un Estado de Derecho con rostro social. Más Estado Social: es la única consecuencia que puede salir de este marasmo. Hacer compatible la libertad de cada cual con la solidaridad colectiva, las leyes del mercado con servicios públicos eficientes y suficientes: sin gastos inútiles. La Constitución española posee los instrumentos necesarios para acometer esta tarea. También la Unión Europea. No es el único reto que tienen ante sí. Dentro de un tiempo, será la acogida o el rechazo de quienes huyen de la pandemia de sus países atrasados y buscan el refugio en donde ya se ha superado.
Es hora de repensar el escenario con firmeza. Dejando de lado posturas maximalistas o arquetipos que juegan el papel que las sombras representaban en el mito de la caverna de Platón. Solo después de un tiempo, cuando la tranquilidad propicie que las aguas vuelvan a su cauce, será ocasión de sacar a Adam Smith del armario. Sin alharacas. Sin fuegos artificiales. Adecuado, eso sí, a su tiempo. Porque sus teorías no serán ya las mismas. Tampoco nosotros seremos ya los mismos.
