No es que vaya a descubrir el devenir de los peces de colores ni cuántas fueron las piedras que los canteros rompieron al extraerlas antes de que estas llegaran a colocarse en el Acueducto. Que no. Lo mío es mucho más simple. Busco, miro, leo y si me gusta…. así de simple.
Cierre los ojos quien leyere y piense en el grandioso edificio de la Catedral. Recórralo con la mente. Suponga cómo sería si a sus lados se hubieran adosado edificaciones: viviendas, comercios… bien. Sepan, los que no lo supieren, que tanto el Ayuntamiento como el Cabildo intentaron que ello no sucediera ya desde lejano siglo XVI. Y lo consiguieron. Y gracias a aquella brillante decisión ‘La Dama de las Catedrales’ (término ‘acuñado’ en una de sus visitas a la Ciudad por Emilio Castelar y Ripoll, en ‘función’ entonces de presidente de la primera república, para describir su belleza, elegancia y dimensiones), luce sobre un entorno libre de ‘adosados’.
De ese mismo ‘planteamiento’ salió gravemente perjudicada la iglesia actual de San Miguel (1), también ubicada en la Plaza Mayor, esquina a la c/ Infanta Isabel. si bien unos metros más alejada de donde se situaba su primer edificio. Aquel que en la tarde del día 26 de febrero de 1532 se hundió ‘sin previo aviso’. Tal y como suele suceder en los desastres.
Fue en esta iglesia y en su atrio –no haría falta decirlo, pero lo digo-, donde se proclamó Reina de Castilla la que luego sería conocida como Isabel la Católica. Era 13 de diciembre de 1474. En el lugar hacía una ‘rasca’ que ni te cuento.
Regresemos al camino. Los que habitamos en la ciudad, paseamos por la Plaza y vemos los adosados que tiene la referida iglesia, nos hemos preguntado en más de una ocasión la causa y razón de las casas pegaditas a sus muros. Pues… paso a contar lo que yo sé del tema. Fue a mediados del siglo XVI cuando, recién inaugurada ya estaba rodeada de casas. Ante hechos consumados –así lo describe José Antonio Ruiz-, ‘en el año 1573 la misma parroquia decide que se levante un soportal y encima de él viviendas, sobre la puerta que sale en Plaza Mayor esquina a Cronista Lecea’. (2) Tema ‘zanjao’.
Una de pajaritos
Me pareció cosa curiosa y me dije ‘ahora voy y lo casco’. Lo encontré en unos escritos que Carlos de Lecea publicó en ‘La Tierra de Segovia’ a modo y manera de folletín, y como él escribía tan bien me llamó la atención tan curiosa noticia.
Resultado de la pesquisa. Felipe V, francés de Versalles él, a poco de comenzar cada temporada de descanso veraniego en el Real Sitio de San Ildefonso, se trasladaba a las dependencias de El Alcázar, donde empleaba parte de su tiempo en ¡cazar vencejos desde el balcón que tiene vistas al Parque!(3) No descubre Lecea ni el cómo, ni el porqué de la fórmula para cazarlos. ¡Mecachis!
Concatenación. En Segovia, festividad de San Frutos, tiempo hubo que a través de varetas y liga (puesto ésta en aquellas), salían, los que salieren, la noche y madrugada a lugares estratégicos, cercanos a la ciudad, a cazar pajaritos. Lo hacían, quizá, vete tú a saber, por darle sentido a aquella frase que pululaba entonces,’ ave que vuela, a la cazuela’ y cuyo sentido práctico servía para afirmar que todo era aprovechable.
Síganme ¿De dónde sacó tal noticia Lecea? Pues…. dejó plasmado el abogado y escritor que lo encontró en un texto de Nicolás Fernández de Moratín, a la sazón hijo de D. Leandro (4), ‘guardajoyas’ que fue de Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, y al que el Moratín pequeño, presuntamente, ayudaba en tal menester u oficio. Y es que toda la familia Moratín se desplazaba a La Granja en verano siguiendo a los reyes. De tal forma y manera que Nicolás comenzó sus estudios en este referido lugar.
Queda ampliada la noticia con la presunción de que la caza de pájaros se la contó, vis a vis, ‘la’ Farnesio en modo confidencia a su guardajoyas, una vez que la italiana de Parma quedose viuda pasando sus muchos ratos libres entre La Granja y el otro ‘su’ palacio, el de Riofrío.
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(1) El Ayuntamiento, que en ese tiempo no tenía sede donde llevar a efecto sus reuniones, no quiso que la iglesia de San Miguel –que se había construido sobre los restos de una ermita-, volviera a edificarse en el mismo lugar. O sea, en el centro de la Plaza. Pretendía la Ciudad ampliar espacio y que las pequeñas plazuelas que constituían el entorno dieran paso a una sola. Se negocia con los parroquianos y hay acuerdo: el Ayuntamiento les paga 8.000 ducados por el suelo que ocupaba la iglesia. Cinco años después comenzó la obra nueva. El ducado del siglo XVI sería el equivalente ahora de 196 euros. Valorado según el precio del oro en el presente año.
(2) ’Historia del Urbanismo en la Ciudad de Segovia…’
(3) Mismo lugar donde se precipitó el Infante D. Pedro, hijo de Enrique II, lo que le causó la muerte, en la ya lejanísima fecha del 22 de julio de 1366. Después de que en 2019 se abriera, en la actual Catedral, el sepulcro donde reposan sus restos procedentes de la antigua, fue cuando se dejó de especular sobre la edad. Así, de aquella noticia mantenida durante largos siglos que le situaban entre los 8 y los 10 años la fecha del hecho causante, una vez abierto el sepulcro se deja constancia de que su edad estaría entre los seis meses y el año y medio. Sí así fuere, también cambia la historia sobre el accidente: el niño, al que le ‘daba’ la edad ya descrita, no estaba jugando con una pelota ni que corriendo tras de ella se produjo su mortal caída. Antes bien, el Infante estaba en brazos de su cuidadora y esta, ante tan desgraciado accidente, se lanzó al vació encontrando la muerte.
(4) Leandro Eugenio Fernández de Moratín y Cabo (1760-1828).
