Tal vez no venga mal incluir un punto de frivolidad literaria entre las importantes cuestiones que, tanto en OPINIÓN como en TRIBUNA, publica a diario EL ADELANTADO DE SEGOVIA. Es comprensible que lo exija el momento, aunque haya lectores que me trasladan un cierto cansancio por la reiteración de los temas en el tiempo. Ya se sabe que lo poco agrada y lo mucho enfada.
Evadirnos, aunque solo sea por unos momentos de tanto asunto trascendente, podría resultar saludable y con ese fin redacto estas líneas, dejando aparcados para más adelante, asuntos de mayor calado.
ME MIRÓ, LE MIRÉ Y ESO FUÉ TODO
Sabido es que caminar no solo es bueno sino necesario. Y a ello me entrego con la mayor frecuencia posible. Dejo que la mente se libere y que sea el paisaje quien toma las riendas de una evasión improvisada a cada paso.
Procuro variar, en lo posible, por caminos diferentes. Unas veces por el campo abierto donde dejo perder la vista en atractivas lejanías a las que pone coto nuestra hermosa sierra. Otras, por circuitos urbanos, o mejor dicho, semi-urbanos porque por la ciudad no me gusta caminar dado el ruido y la contaminación.
Y he aquí que, a la vuelta de una esquina, en zona de chalets, se produce y reproduce este encuentro con un gatazo del que no sé si es gato o gata y tampoco su nombre. Me parece que el pobre tiene ya muchos años.
La amistad nació un día en que por el calor, estaba tumbado en medio de la acera y en la única sombra en varios cientos de metros cuadrados. Le miré con signos de admiración y cariño y esto debió de detectarlo el animal, porque, de repente, se puso en pie, realizó unos estiramientos y vino hacia mí con un maullido meloso y el rabo enhiesto.
Ya, cabe mis piernas, se rozó con ellas y me mostró su simpatía mientras, por mi parte, le acariciaba el lomo. Su piel refulgía según sus movimientos y aquella situación se tornaba interminable por lo que tuve que cortarla por la vía de apremio al cabo de un cierto tiempo.
EL OTRO COMPAÑERO
Hubo un tiempo en el que mi amigo tuvo un compañero con el que andaba por la zona y debía de vivir en la misma casa. También era hermoso y de características parecidas. Pero últimamente no se ha dejado ver. Y por el espacio que deja la puerta de la cancela entreabierta, solo pasa ahora el gato de mi amistad.
Después de varios días en los que la caminata ha sido por otros derroteros, he vuelto por aquí. He comprobado que la puerta de la cancela estaba abierta y he escrutado los alrededores por ver al felino. Pero no le he visto. Después me he dado cuenta de que unos metros más adelante, venían, en dirección contraria a la mía, un hombre y una mujer con un perro grande y otro pequeño. Estaba claro que el gato se había esfumado ante el más que previsible peligro. Fueron vanas, pasado este, mis llamadas con el clásico biss biss biss.
HOY SI QUE SI
Es verdad que, por el momento, no me acordaba de mi amigo cuando caminaba hacia su demarcación. Fue al doblar la esquina cuando recordé que entraba en su territorio. Miré hacia la cancela del chalet donde tenía su vivienda y comprobé que estaba abierta. Le llamé con el biss, biss, biss…e inmediatamente obtuve resultado apareciendo de debajo de un coche. ¡Cómo les gusta a los gatos meterse debajo de los coches!
Mi amigo apareció de improviso, se tumbó delante de mí y tras recibir mis caricias y dedicarme unos maullidos de agradecimiento, giró sobre sí mismo y se volvió apresuradamente a su escondite. Venía a lo lejos una chica con un galgo.
En otra ocasión ya sabía que no me iba a encontrar con mi amigo el felino. El camino elegido llevaba rumbo a la nada, es decir: a un inmenso espacio delimitado por horizontes lejanos. Al frente, la sierra de Guadarrama con su impresionante grandeza y la particularidad de sus elevaciones que nombrados de izquierda a derecha resultan ser: La Atalaya, el Reventón, Peñalara, la Bola del Mundo, Siete Picos, el Montón de Trigo, la Mujer Muerta, Los Calocos… ¡Cuanta belleza!
No hacía ni frío ni calor y una suave brisa mitigaba el sofoco del esfuerzo de un caminar rápido, como rezan los cánones. Solo mi persona percibe el placer de una soledad relativa. Porque apenas transcurren unos segundos, aparece un ciclista rápido, tras el que vuelve a quedarse todo como estaba.
También en unos instantes, me adelanta una chica corriendo. O me cruzo con dos mujeres que caminan en sentido contrario quitándose la palabra una a la otra. Nunca falta gente en el camino.
Según por donde me dirija me encuentro o no con mi vecina P. que se emplea en apacentar sus ovejas dentro y fuera de su finca y con la que, dado el caso, echo una parrafada. Un día, según hablábamos, se adelantó una oveja con respecto a las demás. ¡Y ésta de qué va! Le pregunto sorprendido. Y P. me respondió: Esta es muy lista. Hace unos días mi marido tiró una cáscara de plátano y desde entonces todos los días se adelanta por si cae algo.
Declina la tarde y se nota que los días van siendo más cortos. Me acuerdo de mi amigo el gato que tal vez esté ronroneando sin resultado. Mañana le llevaré un premio. Y cuando pretendo entregárselo al día siguiente, no lo encuentro.
Tampoco, al otro, ni al otro, ni al otro. Y me doy cuenta de que he perdido otro amigo.
Lo siento. Hubiera querido que estas líneas tuvieran un fin agradable. Pero la vida es así, irremediablemente.
