Hoy sábado, víspera electoral, mantenemos una serie de prohibiciones vinculadas a la propaganda política para dejarnos reflexionar sin influencias. Un día para pensar sin interferencias que se mantiene en muchas democracias, ampliándose a tres días en Australia y a la venta de alcohol en Argentina para evitar broncas y abstención. Queda como un recuerdo del mundo analógico y paternalista que mandaba a sus ciudadanos al rincón de pensar como a un menor indeciso. Hoy en día, en la sociedad digital de la ‘hiperinformación’ es más bien un simbolismo institucional de respeto a la liturgia democrática y eso, el estado de la democracia, sí merece una reflexión al margen del ruido de la política diaria.
Solo un 6% del mundo vive en plenitud democrática y compartimos división de plata con democracias como EEUU o Francia
Anteayer se publicaba el Índice de democracia de ‘The Economist’, que descendía a España, por primera vez, de la categoría de democracia plena a deficiente. A pesar de lo duro del calificativo (aquí no importaría que pusieran un infantil y pedagógico ‘necesita mejorar’) no hay que entrar en pánico. Solo un 6% del mundo vive en plenitud democrática y compartimos división de plata con democracias como EEUU o Francia en un mundo dónde más de la mitad de los habitantes vive bajo regímenes no democráticos. Falta de independencia judicial, fragmentación, corrupción e independentismo son los motivos de nuestro ‘añito en el infierno’.
Más allá del independentismo y la corrupción que conviven con nosotros desde el inicio de nuestra joven democracia, y que posiblemente vayan a menos, aunque menos siempre sea demasiado, parece que vivimos un repunte de lo que podríamos llamar ‘política de trincheras’. Partidos que anteponen sus intereses a los de los gobernados y que, al ser incapaces de ponerse de acuerdo, acaban por generar una sociedad ingobernable. Partidos sin democracia interna y crítica y con sistemas que priorizan la lealtad sobre la capacidad. Nada de reflexión. Más partidos, más representación, sería algo saludable si hubiera capacidad de llegar a acuerdos. Si fueran fragmentos que supieran pegarse para crear alguna forma. De otro modo, son solo la fragmentación de la que habla el informe y la causa del ‘politiqueo del bloqueo’. Los partidos son la herramienta constitucional de la participación ciudadana en la política, pero resultan antipáticos y hay quien proyecta este rechazo, por elevación, hacia la democracia.
Da igual que lo social construya un acuerdo; los partidos necesitan división
Y no parece que la actualidad vaya a mejor. El bochorno de la votación de la reforma laboral es un buen ejemplo de cómo alejar al ciudadano que no entiende que partidos progresistas rechacen un acuerdo aprobado por los sindicatos o que conservadores tumben lo que dan por bueno los empresarios. Da igual que lo social construya un acuerdo; los partidos necesitan división. No importan los contenidos del pacto, importa la confrontación para debilitar al adversario electoral. Así, tenemos partidos contra el Gobierno del que son socios, otros que pasan del sí al no en un pasillo y hasta quien echa la culpa a las instituciones de un error informático profundamente humano. Aunque todos sepamos que antes de los acuerdos hay tensiones y negociaciones feas, la democracia requiere cuidar lo común por encima de lo particular. No necesitamos poner la máquina de picar carne en el escaparate. Mejor en la trastienda y delante ya enseñamos las salchichas empaquetadas.
Cuidemos nuestra democracia votando a quien la cuida y no la pone en riesgo. Aunque sea bajo la lluvia de mañana. Es la única manera de que los partidos reflexionen.
