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Nos están tocando los huevos

por Julio Montero
11 de noviembre de 2020
en Tribuna
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Una lona de dimensiones colosales en plena Gran Vía madrileña anuncia, por segunda vez y a todo trapo, esa frase tan castiza en todo el país y fácilmente entendible por todos, incluidos los que no han estudiado castellano en sus colegios: nos están tocando los huevos. Es la segunda entrega de una campaña que pretende hacernos caer en la cuenta de la dignidad de la gallinas y de la sistemática violación de su derechos en una sociedad que se autodenomina democrática.

El cine se adelantó a esta lucha por la libertad y reconocimiento de la dignidad animal. Durante los setenta ‘El Planeta de los simios’ nos mostró un mundo dominado por unos monos bastante listos y con una mala leche de nivel humano. Resultaba que nuestra estupidez de género (de género humano) que nos conducía a guerras continuas, por fin se había resuelto en una definitiva en la casi todos habíamos muerto. Los astutos chimpancés aprovecharon la ocasión, se pusieron a evolucionar a una velocidad de vértigo, y se hicieron con el cotarro. Lo que no explicaba la película era por qué los monos no habían muerto en el holocausto nuclear.

Los animales eran tan humanos como nosotros y los humanos más animales que ellos

La versión de Tim Burton en 2001 ya era más filosófica. Los animales eran tan humanos como nosotros y los humanos más animales que ellos. Había una aproximación de especies casi erótica que no llegaba a cuajar (nuestro amor es imposible) en una síntesis superadora; incluso los productores descartaron una escena sugerida de amor entre mona y astronauta que se pretendió rodar sin conseguirlo.

Y ahora viene el cartel para liberar a las gallinas. Empieza con dos datos escalofriantes. El primero: una amplia mayoría de ellas (el 77% en concreto) vive muy mal. Y esas condiciones precarias, muy precarias, de vida se concretan en el segundo dato: viven encerradas en la superficie de un folio.

El enorme anuncio es una llamada a la reflexión: tú humano que has estado recluido en un piso por el confinamiento, que incluso te han podido encerrar en tu sola habitación por sospechar que tenías covid o por tenerlo, puedes entender mejor a las gallinas que pasan su vida como tú un par de meses que te han parecido horribles. Más aún cada vez descubrimos más los males que nos han aquejado y que se están desarrollando a toda velocidad: lo dice todos los telediarios.

Y es verdad: es una faena vivir como las gallinas. Porque aunque ellas sean mas pequeñas que nosotros, no hay proporción entre los 10 metros cuadrados de un dormitorio y los 630 centímetros cuadrados de una hoja de papel.

Una vez convencidos de esta injusticia manifiesta y lacerante comienzan los problemas. El primero es decidir si hacemos un reparto equitativo de superficies disponibles entre el 23% de las gallinas privilegiadas por moverse en espacios más amplios (corrales) y las gallinas encerradas en los folios. Esta cuestión es clave si pretendemos facilitar una primera mejora basada en la equidad.

Lo mismo puede decirse de su dieta: unas comen asquerosos piensos compuestos (vaya a usted a saber de qué) y otras buenos granos de cereal. Y alabamos a unas (las que ponen huevos de corral) y despreciamos a los otras. Estas desigualdades son también intolerables. Y sobre todo, ¿por qué deciden los humanos algo que correspondería a las interesadas?

Hasta ahora los opresores debían ser castigados al triunfar las revoluciones que hacían los oprimidos

La segunda cuestión es si este problema de liberación les corresponde a las gallinas o a los humanos. Hasta ahora los opresores debían ser castigados al triunfar las revoluciones que hacían los oprimidos. Aunque cabía la posibilidad de ‘reconvertir’ a los que reconocieran sus errores tras los adecuados procesos ‘educativos’. No sé yo si este es un problema de gallinas o de humanos. Porque ¿en virtud de qué vamos a quitarles el protagonismo por su lucha? Los simios de las películas se las apañaban ellos solitos.

La tercera cuestión es quién se va a quedar con los huevos. Lo primero es ver si los seguirán poniendo o no. Una respuesta negativa acabaría con el problema y con la especie: en una generación desaparecerían gallos y gallinas. Si deciden seguir gestando no parece que entregar a sus hijos para servirlos fritos o batidos vaya a resultar aceptable para una madre.

La cuarta es qué van a comer los millones de personas del sudeste asiático, de Latinoamérica y de África cuya dieta básica en proteínas se limita a la carne de pollo. De los países ‘ricos’ no hablo porque eso son sofisticaciones irrelevantes. En fin, es verdad tenemos un problema con las gallinas si queremos liberarlas. Si a lo que aspiramos es a comer huevos y pollo el asunto no es tan grave.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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