Quizá España viva uno de los momentos más preocupantes de los últimos cuarenta años. Un medio de comunicación que se pretenda riguroso no puede caer en el amarillismo que todo ensombrece y que dibuja un futuro apocalíptico, pero tampoco esconder una realidad que es palpable con poco que se aguce la mirada.
De los datos de coronavirus poco más hay que añadir. Las cifras hablan por sí solas. En realidad resultaron un espejismo aquellas semanas en las parecía todo controlado. Como parecieron cantos de sirenas esas comparecencias del presidente del Gobierno en la hora de la comida insuflando un optimismo que nadie de su cohorte de asesores sanitarios –empezando por el ínclito Simón- se atrevió a corregir. No está muy lejos el 5 de julio y su frase lapidaria: hemos vencido al virus.
Tampoco se puede decir mucho más de la situación económica. Los datos de las suspensiones de pago, del crecimiento de la deuda pública, del lucro cesante de nuestra principal industria estival -99.000 millones de euros de menos ingresos son muchos ingresos-, de la subsiguiente caída de nuestra balanza de pagos, dibujan un panorama tan desalentador que ya solo cabe soñar con un repunte exponencial de la economía cuando la maldita pandemia termine, aunque las fechas de vuelta a la normalidad de los negocios ya se cifren en el 2023.
Y qué decir de la situación política: un Rey salido de España y con una maleta llena de reproches y acusaciones pendientes de aclarar, mientras una persona otrora cercana se pasea por los micrófonos de medio mundo aireando presuntos escándalos, un partido de Gobierno acusado por el fiscal del Tribunal de Cuentas y un líder de ese partido con sospechas de haber manipulado la tarjeta del móvil de una colaboradora. Por no incidir en lo bochornoso que resulta que una ministra como la de Educación y Formación Profesional y un presunto ministro como el de Universidades -¿alguien recuerda algún acto de su titular fuera de su participación en el aplauso colectivo del presidente del Gobierno?- se encuentren de vacaciones a poco más de dos semanas de comenzar el curso lectivo. Si sus competencias pertenecen a las comunidades autónomas y a las Universidades, ¿cuál es la razón de ser de ambos ministerios? Para terminar de rizar el rizo, la tan eficaz y necesaria (sic) portavoz parlamentaria del principal partido de la oposición es destituida fulminantemente después de una entrevista en un periódico. ¿Alguien da más?
Una situación tan excepcional requiere de medidas y actuaciones excepcionales, y ello pasa por un verdadero y completo acuerdo de país entre quienes quieran pactar, que deje en suspenso disputas e intereses partidarios, y que se proyecte a la sanidad, a la educación y a la economía. Y ese acuerdo debe incluir a las autonomías y municipios que quieran; y esa proyección debe afectar a todos, incluso a los que no quieran. Un pacto que supere, claro está, esa pantomima que ha acabado siendo la comisión creada al efecto en las Cortes Generales.
Frustra pensar que hace cuatro meses y medio pedíamos lo mismo desde estas páginas, y que nada ha sido desde entonces. “Dum loquimur, fugerit invida aetas”, como recordaba hace unos días un colaborador de este periódico: mientras hablamos, se fuga el tiempo celoso. ¿Hasta cuándo tanta confusión, tanta descoordinación, tanta inepcia?
