Otero de Herreros comprobó ayer que la alegría es efímera. Por un instante, solo por un instante, muchos de sus vecinos creyeron que los había tocado el segundo premio de la Lotería Nacional. La realidad fue otra. Únicamente una persona llevaba en su bolsillo un boleto con el número 92.845. El resto deberá esperar a otra ocasión…
El sobresalto general se produjo avanzada la mañana, a las 12.28 horas, cuando nada más salir el segundo premio, muy repartido por toda España, se anunció que había sido vendido en la madrileña estación de autobuses de la Avenida de América, y en administraciones de cerca de veinte provincias. Una de ellas era la de Otero de Herreros, sita en el céntrico bar Los Arcos.
A los vecinos del pueblo que a esa hora estaban viendo la televisión o siguiendo el sorteo por la radio los dio un vuelco el corazón. Creyeron que la suerte podía haber sonreído al número del bar Los Arcos. Bastó un instante, el necesario para buscar la papeleta… y el sueño se había desvanecido. “Por desgracia, el premio no ha tocado al número que había vendido el bar”, lamentaba Manuel García, quien aseguraba que “si el segundo premio hubiera caído en el número de la casa, medio pueblo estaría celebrándolo”.
Según informó la Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado S.A., en dicha administración únicamente se despachó un boleto del segundo premio, salido de la máquina expendedora, lo que dificulta conocer la identidad de su poseedor.
“Son muchos los que nos piden un número al tuntún”, explicaba el propietario de Los Arcos, Jorge Rodríguez, quien reconocía que también “se dan casos” de clientes que solicitan un número concreto, En estas circunstancias, Rodríguez intuía que no acabará sabiendo quien compró en su establecimiento ese décimo, que regala 125.000 euros a su propietario.
A la hora del vermú, Los Arcos se llenó de gente, entre clientes habituales y vecinos curiosos en saber a quién había tocado la diosa Fortuna. La camarera del establecimiento, María Bulzan, se esforzaba en atender a la nutrida clientela, vestida con una camiseta blanca en la que se podía leer “2º premio vendido aquí”. Y, entre la parroquia presente, alguno suspiraba. El segundo premio rozó Otero de Herreros. Pero solo tocó a un afortunado. El resto hubo de conformarse con una ilusión, de un segundo. Ya lo dijo Jorge Manrique: Cuán presto se va el placer…