Entre los agricultores de la provincia de Segovia está extendida la idea de que el año 2007 fue uno de los más catastróficos que se recuerdan. Cuando llegó el verano, los campos de llenaron de topillos campesinos (Microtus arvalis). Miles y miles de hectáreas, especialmente de regadío, quedaron arrasadas por este roedor, ocasionando pérdidas millonarias.
La utilización de venenos para controlar la plaga fue entonces duramente criticada por grupos conservacionistas, quienes alertaron del daño ecológico provocado por esa medida. Y poco después de que la plaga se diera por finalizada, coincidiendo con la llegada de los meses más fríos de aquel año, el Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat (GREFA) comenzó a trabajar, a inicios de 2008, en un programa de control biológico, basado en experiencias de otros países, que utilizaba a diferentes depredadores como mecanismo natural de control del topillo.
A lo largo de casi siete años, este programa de control biológico del topillo se ha ido implantando, de forma progresiva, en varias provincias de Castilla y León, obteniendo resultados “muy positivos”, según asegura el graduado en Ciencias Ambientales Carlos Cuéllar Basterrechea, satisfecho porque este año haya llegado, por fin, a su provincia, Segovia.
El caso de Segovia
Contando con una subvención de la Diputación de Segovia de 15.000 euros y el respaldo del Instituto Tecnológico y Agrario (Itacyl), dependiente de la Consejería de Agricultura y Ganadería de la Junta, GREFA acaba de comenzar a instalar un total de 120 cajas nido especialmente diseñadas para acoger cernícalos vulgares (Falco tinnunculus) y lechuza común (Tyto alba). Por recomendación del Itacyl, GREFA ha elegido dos de los municipios más castigados por la plaga de topillo de 2007, Aldea Real y Escalona del Prado. “La buena disposición del Ayuntamiento de Aldea Real a colaborar y el hecho de que el alcalde de Escalona [Juan Justo Mardomingo] se haya volcado con el plan tienen mucho que ver en que finalmente se lleve a cabo allí”, explica Cuéllar.
Desde GREFA se insiste, en aras de evitar leyendas urbanas, que “no se va a introducir ningún animal” en el medio, de forma que la ocupación de las cajas nido se producirá de forma natural. Cuéllar sostiene que en Aldea Real y Escalona tanto el cernícalo vulgar como la lechuza común tienen escasos lugares donde nidificar, por lo que, previsiblemente, acepten de buen grado las cajas nido, máxime teniendo en cuenta que justo a su pie se encuentra su principal fuente de alimentación, el topillo. Todas las cajas nido se colocarán en zonas agrícolas —sobre todo, campos de cereal, y en menor medida regadíos—, evitando que su instalación entorpezca las labores a realizar durante todo el año.
Las experiencias previas de Zamora, Ávila, Palencia y Valladolid demuestran que “si hay comida en el entorno (topillos) se produce una ocupación muy alta de las cajas”. Cuando la disponibilidad de roedores disminuye en esa zona, también se reduce la presencia de cernícalos vulgares y lechuzas comunes, especies de gran movilidad (“muy nómadas”, señala de forma gráfica Cuéllar), habituadas a desplazarse desde el nido hasta lugares donde su fuente de alimentación es abundante.
Por lo que respecta a las cajas nido, colocadas en postes de madera de unos cuatro metros de altura, hay de dos tipos. Mientras que las diseñadas para cernícalos vulgares son muy abiertas, permitiendo a los pollos asomarse al exterior, las de las lechuzas comunes resultan más grandes y complejas, con un pequeño muro interior, para dar más oscuridad al habitáculo, conforme a las costumbres de la especie.
Beneficios para el campo
Cuéllar, convencido de que hoy en día “el topillo no se puede erradicar, para desgracia de los agricultores”, considera que la presencia de cernícalos vulgares y lechuzas comunes “generará múltiples beneficios” para las tierras colindantes. “El hecho de que haya aves rapaces que estén extrayendo de forma continua topillos de esa zona limitará las poblaciones del roedor”, defiende este ambientólogo. “Lo que está claro —prosigue— es que en otros lados ya se ha visto que con cernícalos vulgares y lechuzas comunes la población de topillos no va a más”.
En principio, el programa de control biológico emprendido por GREFA no tiene fecha de finalización. Eso sí, sus responsables esperan que desarrolle “durante el mayor número de años posible”, para de esa forma obtener datos capaces de sacar conclusiones claras sobre la repercusión de las aves rapaces sobre los topillos.
“A no mucho tardar —continúa Cuéllar— el uso de veneno es algo que llegará a su fin, dado que es un método no discriminatorio que acaba afectando a muchas especies, incluso cinegéticas, y por tanto hay que desarrollar métodos alternativos de control de las plagas”. Y, a ese respecto, este experto espera que, además de controlar a los topillos, el programa de GREFA permita sensibilizar a la población de los pueblos donde se lleva a cabo de la conveniencia de apostar por medidas “naturales”a la hora de afrontar plagas.