Cuentan -y nadie lo desmiente- que en las elecciones municipales de 1999, José Luis Rodríguez Zapatero, entonces líder de la oposición, quería un candidato potente para Madrid, donde gobernaba el PP con Álvarez del Manzano. Pensaba el hoy presidente que si seguía la estrategia de Felipe González, que inició su camino a La Moncloa afianzando el poder municipal, él podría tener más fácil los comicios generales si contaba con grandes alcaldes en las ciudades más importantes.
Los socialistas conocían los proyectos de Zapatero y, de inmediato, empezaron a pensar en posibles nombres, que pronto llegaron a los medios de comunicación: José Bono, Gregorio Peces Barba, Alfredo Rubalcaba, Javier Solana… Este último, que acababa de ser nombrado mister PESC, al leer su nombre en los periódicos, en uno de sus frecuentes viajes a Madrid, fue a Ferraz a ver a Zapatero y le dijo que si le necesitaba estaba dispuesto a aceptar la candidatura. Se sentía muy a gusto en su importante cargo europeo, estaba ilusionado con él, pero si pensaba que podía tener tirón para ayudarle a ganar las generales, estaba dispuesto a ser candidato al Ayuntamiento madrileño, aún sabiendo que era tarea casi imposible ganar al PP.
Cuentan -y nadie lo desmiente- que el líder socialista le respondió algo así como «Javier, ¿cuándo os vais a dar cuenta de que ha pasado el tiempo de vuestra generación?». Solana saludó y regresó a Bruselas, donde ha trabajado durante los últimos nueve años como responsable de la política exterior y de seguridad, y se ha hecho un nombre tan relevante que incluso se barajó la posibilidad de designarle presidente de la Unión Europea una vez aprobado el Tratado de Lisboa.
En aquella ocasión, Zapatero apostó por Trinidad Jiménez para la candidatura madrileña, que perdió claramente frente a Alberto Ruiz Gallardón. Cuatro años más tarde, Zapatero recogió velas y pensó que Solana era un buen candidato. Le tantearon, pero mister PESC dijo que lo sentía mucho, pero no estaba en condiciones de aceptar la oferta.
El mandato de Javier Solana al frente de la Política Exterior y de Seguridad de la UE finalizó el pasado mes de noviembre. Entonces, él pensó retirarse de la vida pública activa tras una larga carrera. Fue una de las personas que preparó al PSOE para ser un partido influyente cuando muriera el dictador Francisco Franco, una de las pocas personas que apoyó a Felipe González cuando se trasladó a Madrid y fue la única persona que fue ministro en todas las legislaturas.
Su peso fue clave en los Gobiernos de González, sobre todo cuando el entonces presidente decidió apostar por la continuidad en la OTAN rompiendo con las ideas y compromisos que defendía cuando estaba en la oposición. Solana demostró gran sentido del Estado y, al ocupar cargos tan distintos, se convirtió en el hombre de más prestigio del Ejecutivo y del partido, hasta el punto de que cuando González dijo que no quería volver a ser candidato en el 1996, todas las quinielas le apuntaban.
Pero se cruzó Bill Clinton en su camino. Un caso de corrupción obligó a dimitir al secretario general de la OTAN, Willy de Claes, y mientras otros dirigentes barajaban distintos nombres, Clinton nombró a Javier Solana, al que conocía de sus tiempos de ministro de Asuntos Exteriores. Y se cumplió la paradoja de que se ponía al frente de la Alianza Atlántica a un hombre que había actuado en contra de los principios de la misma.
Objetivo cumplido
Solana cumplió su compromiso con intensidad, con responsabilidad y sin complejos, hasta el punto de que no dudó a la hora de ordenar el bombardeo de Kosovo, aún sin la autorización previa de Naciones Unidas, convencido de que era la única posibilidad de detener el genocidio que se estaba produciendo en uno de los escenarios más sangrientos de los Balcanes.
Tras la OTAN, la UE y mister PESC. Y después, el regreso a España con apetencias de dedicar más tiempo a su vida personal, a su mujer y sus dos hijos.
Se cruzó Juan Manuel Entrecanales en su camino, y aceptó la propuesta del presidente de Acciona de ocuparse de la estrategia internacional de la compañía, un cargo apetecible con magnífico sueldo y posibilidad de mantenerse más cerca de España.
Pero se cruzó también Zapatero. Dicen -y nadie lo desmiente- que previo toque de Alfredo Pérez Rubalcaba. Hace unos días, el presidente mantuvo un encuentro con él y le ofreció ocuparse de la Estrategia de Seguridad de España. Y Javier Solana no pudo negarse. Se trataba de un gran cargo, con posibilidad de utilizar sus conocimientos y contactos a favor de España. Aceptó, y con agrado. Trabajará, sin sueldo y directamente para Zapatero. Es evidente que se han eliminado asperezas y han desaparecido los fantasmas del pasado.
