El 78.294, el Gordo más alto de la historia del Sorteo Extraordinario de Navidad, lanzó ayer una lluvia de millones sobre Madrid, auténtica protagonista de la jornada al acaparar también el segundo premio (el 53.192), vendido íntegramente en Getafe, una ciudad dormitorio situada a escasos kilómetros de la Puerta del Sol.
Así pues, la comunidad capitalina hizo bueno el favoritismo que le concedía a priori ser la segunda región española que más jugaba, con 442 millones de euros -solo superada por Cataluña, cuyos ciudadanos gastaron medio millón más-, y, de paso, agrandó la leyenda que lleva a cada viajero y turista a comprar un décimo al calor de una suerte siempre generosa con el oso y el madroño.
La fortuna no fue nada esquiva, pero sí algo remolona, puesto que el Gordo tardó en caer del bombo – aunque no tanto como el pasado año-, ya que eran las 11,38 horas cuando las niñas Alicia Rodríguez y Yahaira Gonzaga interrumpían el rutinario cantar de las pedreas para anunciar el primer premio, que estaba agazapado en la séptima de las nueve tablas que completan el sorteo.
El número agraciado se vendió íntegramente desde la ventanilla de una administración situada en la popular calle madrileña de Bravo Murillo, perteneciente al céntrico distrito de Tetuán, de modo que quedó muy repartido entre los vecinos de la zona, muchos de ellos de origen hispanoamericano.
Para los amantes de la estadística, cabe reseñar que desde 1991 no se vendía el Gordo íntegramente en Madrid y que el 78.294 desbanca con holgura a la cifra hasta ahora más alta, 65.379, cantada hace justo una década.
Además de los vecinos anónimos, entre la nutrida nómina de afortunadísimos se encuentran los trabajadores del Grupo Marsans, especialmente aquellos que atienden al público en las oficinas a pie de calle de Viajes Crisol y Marsans de la comunidad de Madrid, Extremadura y Castilla-La Mancha. La inyección de liquidez será especialmente agradecida por los muchos ochocientoeuristas beneficiados, aunque tampoco ninguno de los ejecutivos agraciados le hará ascos a tan jugoso botín, máxime ahora que Air Comet, propiedad del grupo, se ha visto obligada a echar la persiana por la imposibilidad de atender sus deudas.
Además de en las sucursales de la agencia de viajes, la fiesta se concentró en Bravo Murillo, que en pocos minutos se vio invadida por decenas de ciudadanos que, más que nunca, pusieron rostro internacional al sorteo más famoso del mundo. Dominicanos y paraguayos, verdaderos reyes del barrio, fueron los más numerosos.
Entre abrazos y felicitaciones, los loteros de la Administración 146 explicaban mientras descorchaban varias botellas, que, aunque la mayor parte de los boletos los adquirieron las empresas del citado grupo Marsans, el 78.294 seguía colgado en su ventanilla la noche del lunes, cuando varias afortunados de última hora se llevaron a sus casas una porción de felicidad.
Fue el caso de Rafael Lara, un dominicano, actualmente en paro, que lleva siete años en España y que ayer mostraba con alegría la fotocopia de un décimo cuyo premio, según explicó, todavía no sabe cómo gastará. «Vamos a pagar cosas que debemos y solucionar algunas cositas», declaraba otro de los premiados, Darwin Javier, mientras uno de sus amigos apuntaba que ya piensan en un viaje a su tierra: «¡Estoy con un pie en República Dominicana y con otro aquí!».
Y no irá con los bolsillos vacíos, al igual que Sabino Calderón, de origen ecuatoriano, que ya tenía claro que enviará parte del premio a su familia, y, con lo que sobre, comprará «un piso y un coche».
Y, si a los inmigrantes el dinero les vendrá de perlas, no hará menos bien a los españoles agraciados, ya que como señalaba el dueño de la Administración, Antonio Bonet, «para la Lotería, éste es un año importante debido a la crisis».
Visitación Mayordomo, por ejemplo, recibió con el mismo alivio que satisfacción los 300.000 euros que le promete su participación premiada, ya que, según contó, estaba pasando «una mala racha» porque su tienda de muebles no va muy bien, y esto le ayudará «a pagar la hipoteca». «Nos lo vamos a gastar todo, de guardarlo nada», puntualizada enseguida su hija Manuela Romero, quien, tras mostrarse confiada en que su madre «seguro que repartirá», explicó que lleva un año en paro y que está «sin un duro».
Y, cómo no, al calor de los euros, curiosos, amigos y los representantes de varios bancos también estuvieron presentes. Entre ellos, varios compradores habituales de esta oficina que, pese a no acertar con el número que se llevaron, intentaban llegar a la ventanilla, tomada por los periodistas, para dar la enhorabuena a los trabajadores y beber un poco de cava.
