¿Quién en la adolescencia, con las hormonas a tope acampando a sus anchas, con las primeras sensaciones y los primeros signos de un cuerpo cambiante, en los escarceos y contactos sexuales con otras personas de edades semejantes, quién no se ha sentido confuso? ¿A quién no le ha pillado por sorpresa el imperativo y desconocido deseo nuevo: El sexual; el naciente afecto que brota un buen día: El enamoramiento? ¿Quién no ha sentido el desasosiego, potente y desconocido, de ese cóctel molotov llamado adolescencia? ¿Quién no se ha hecho preguntas mezcladas con sentimientos de pudor y hasta de culpa?
Pero, y si además, llegado ese momento la persona percibe que vive en un cuerpo equivocado, la cosa se complica aún más hasta convertirse en un drama personal, familiar y social. Pues esto es lo que le pasa al protagonista de Dysphoria Álex, que era Alejandra de niña y así la llamaban desde su nacimiento pues tenía vulva, y cuando llega a los 17 años, ya no puede soportar la visión de su propio cuerpo, y siente, con toda la fuerza y la energía de esa edad, que habita en un cuerpo que no le corresponde. Entonces comienza el dificilísimo y largo proceso de transformación hasta convertirse en un chico trans. Hijo y madre viven un proceso psicológico muy difícil y largo, capaz de tumbar a cualquiera que no tenga una fuerte determinación y claridad. Luego están todos los demás personajes que rodean la esfera de la vida de este muchacho: la psicóloga, los amigos, Sara, los abogados, el fiscal… la narradora.
Dysphoria, título del espectáculo, es la angustia que padece Álex, la misma que padecen las personas trans, cuando el género asignado al nacer en función de sus órganos genitales, no corresponde con lo que experimentan ser. Dysphoria es el malestar que siente al mirarse al espejo y no reconocerse.

A partir de ahí, el camino para convertirse es un chico trans es largo, muy difícil y cargado de obstáculos. La primera choqueada es su madre. Ella también vive junto a su hija el proceso de transformación en hijo, como un nuevo parto.
La actriz, Gema Matarranz, con su apabullante interpretación, vive en los cuerpos de cada personaje. Como si quisiera decirnos, al inmolarse y encarnarse en todos ellos: Si yo puedo, es porque en nosotros habita más de una identidad. Y con ello, el mensaje de este trabajo teatral, se hace más potente, pues es también carnal.
Gema parece estar hecha de una sustancia dúctil, de un barro que tiene el grado de humedad justo para ser moldeable y al mismo tiempo se sujete sin deshacerse. Su flexibilidad e inteligencia actoral la hacen permeable a los personajes. Convirtiendo lo menos en más desde adentro, que es desde donde trabajan las buenas y los buenos actores. Pequeños gestos que la trasladan de un personaje a otro habitándolos con suavidad y claridad. Su agilidad es sutil, pasando de uno a otro sin perder el hilo de una gran concentración.
Álex, el personaje central, ese chico de 17 años, que con su ropa ancha y capucha, pretende que su cuerpo desaparezca entre las prendas que porta, es tímido, frágil, y se oculta. Pero al mismo tiempo es valiente y lucha por ser lo que siente. En primer lugar contra su propio cuerpo, esas tetas que no puede ocultar, esa vagina que quisiera que fuera un pene pero no lo es. La confusión se acentúa cuando se inicia una relación íntima con la chica que le gusta. Aparece el placer y el amor, pero el drama se encamina a la tragedia. ¡Ojo!, malo es cuando comienza a autolesionarse. Y ahí está Gema Matarranz, la actriz, prestándole su cuerpo y su espíritu.
Y en lo que se presentaba como una historia romántica y bonita, aparece la denuncia en los tribunales como una ‘agresión sexual’, debido a una interpretación falsa de ‘fraude de género’. El dolor, la desesperación y el desgarro entran en la vida de Álex. El desenlace final nos deja sin aliento.
Estamos ante una ficción de “Teatro Documento”, ante un drama que finaliza en tragedia. Parte de un hecho real ocurrido en Inglaterra. De un tema que está en nuestra sociedad y que crea confusión. De una ley, la ley trans, que es un marco a partir del cual hay que seguir trabajando para traer la ley a la realidad (siempre cambiante) y viceversa. Escrito por la dramaturga y directora de escena María Goiricelaya que nos va dejando títulos inolvidables en el teatro. Se atreve en esta ocasión a escribir un monólogo en común acuerdo con la actriz y también directora de la compañía Histrión, Gema Matarranz. Del mestizaje entre ambas surge Dysphoria. Un hecho escénico que deja K.O. al espectador.
El tiempo lo marca la plataforma giratoria, se debe al buen trabajo de Álvaro Gómez Candela y Giacomo Ciucci Gómez.
El aplauso final -largo y con toda la gente en pie en un teatro a rebosar- a la actriz Gema Matarranz -conocida del público pues es de esta tierra-, radiante, con la felicidad de quien ha jugado en casa y lo ha hecho estupendamente bien, nos saca afortunadamente de la sensación que nos deja la tragedia de Álex.
Si la sociedad no puede comprender a las personas trans, al menos que las respete. La vida no la tienen fácil y merecen vivirla en libertad y sin miedo a ser agredidos.
