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Ecologismo ciego

por Miguel Ángel Herrero
27 de noviembre de 2024
en Tribuna
MIGUEL ANGEL HERRERO
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Las tres hayas

Competencia económica desleal

¿Está maduro Maduro?

Toda España lamenta las víctimas de la gran riada del 29 de octubre pasado con millones de pérdidas materiales. La gota fría (Dana) sembró la desolación en una extensa zona del suroeste de la región valenciana y parte de Castilla-La Mancha. La causa principal fue de origen natural; predecible, pero inevitable. Un fenómeno atmosférico recurrente. La cercanía al Mediterráneo y la borrasca de aire frío del norte, producen precipitaciones torrenciales sobre una orografía muy abrupta. Así ocurrió en la misma ciudad de Valencia, el 14 de octubre de 1957. Entonces, se puso remedio para prevenir tales crecidas, mediante la construcción del llamado “Plan Sur”. Un nuevo cauce de 11 kilómetros que desvía las aguas torrenciales evitando la inundación de la ciudad. El proyecto surgió por iniciativa de varios ingenieros de caminos y arquitectos.

Es inevitable preguntar: ahora, después de ochenta años, con muchos más recursos, por qué no se evitó la catástrofe. Este país cuenta con las empresas de ingeniería y de construcción mejor cualificadas, reconocidas internacionalmente. Lo prueban un número de grandes obras de ingeniería españolas realizadas en varios países. Por contraste, es lamentable la poca solvencia de políticos (salvo alguna excepción) que ocupan puestos de responsabilidad en nuestro país o en la Unión Europea. No están a la misma altura y competencia que muchos técnicos y empresarios. ¿Por qué no se previó la riada trágica? En Valencia constan en los archivos inundaciones periódicas, desde el siglo XVI. En el pasado siglo, aparte de la riada de 1957, se han producido en el Vallés (en 1973); en Murcia (en 1982); en Tous (en 1983).

En el pasado mes de octubre, perecieron más de doscientas personas, hubo cuantiosas pérdidas materiales y conflictos políticos derivados de la inhibición culpable del Gobierno. Algo que pudo evitarse, si se hubiese realizado el Plan Hidrológico Nacional, previsto hace quince años y anulado por el presidente Zapatero. Motivado por una política entendida como captación de votos a cualquier precio, sin considerar el interés público. La anti-política revanchista fue otra de las causas del trágico desastre. Añádase la ideología medioambiental, cada vez más virulenta e invasora. Política e ideología “woke” forman una amalgama cuyas consecuencias sociales están siendo devastadoras. Y aquí entra en juego, la llamada ‘Ley de Restauración de la Naturaleza’ (LRN) que, en julio pasado, aprobó el pleno del Parlamento Europeo (El Adelantado, 18/07/23). La asfixiante legislación que destila la Comisión Europea, capitaneada por la aristócrata y poderosa eurócrata Úrsula von der Layen (rehén del partido Verde alemán) está siendo muy perjudicial para agricultores, ganaderos y para la ciudadanía europea en general. En la reciente inundación valenciana se comprueba, desgraciadamente, sus nefastas consecuencias. Una normativa europea, que el gobierno sanchista abraza con entusiasmo, sin discusión (como la ley de la gravedad), que prefiere la biodiversidad a la vida humana. Los preceptos “woke” ordenan destruir las presas y prohibir la limpieza de ríos y bosques. Propugnan un ecologismo siniestro que persigue a la humanidad y predica el modo de vida del “buen salvaje”, mientras hacen caja a costa del contribuyente.

La devoción por el ecologismo ciego se presta a cosechar nuevos impuestos por el gobierno, siempre afanoso de recaudación. El ministerio de Transición ecológica, que preside la ministra Ribera pregona el ecologismo comisionista. En estos días muy ocupada, “conciliando” su oficio de ministra con la candidatura a vicepresidenta de la Comisión Europea. En el examen previo a su elección (o no) se le ha acusado de irresponsable al no poner remedio -con las oportunas inversiones y actuaciones adecuadas- que habrían evitado la riada o al menos habrían paliado sus dañinos efectos. La cuestión kafkiana es que ella cumplía con la normativa europea que prohíbe alterar la naturaleza (¡!). Tampoco acudió al lugar de la catástrofe. Por un lado, cumplía con la ciega normativa y por otro, se le hace responsable del desastre. Dicen que, a veces, el destino tuerce los proyectos y confunde a los humanos, atrapados en sus codiciosos afanes.

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