Decía Platón que el objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano. Además, es evidente que una buena educación no solo permite la igualdad de oportunidades y aumenta las opciones laborales, sino que también potencia la equidad y la igualdad social.
En la escuela y en los institutos debemos transmitir conocimientos, pero además deberíamos ayudar a desarrollar la personalidad del individuo consolidando y apuntalando su inteligencia y su comportamiento. Cuando terminé la carrera, mi primer trabajo fue profesor auxiliar de lengua española en el Lycée Carnot de Dijon, uno de los institutos más grandes de Francia, y allí pude comprobar cómo el catedrático del que yo dependía incitaba a los alumnos a dar sus opiniones, y también a participar activamente en las clases; me sorprendió y me agradó que los alumnos no tuvieran ningún miedo a expresarlas y defenderlas. No en balde habrían leído a La Bruyère que nos animaba a que “leamos y opinemos sin complejos”.
Fue muy gratificante comprobar que el instituto, así como la sociedad y los propios responsables políticos, defendían las humanidades y entendían que eran fundamentales también para una buena formación científica. Sin embargo aquí, algunos que se autoproclaman progresistas pretenden que en el bachillerato no se estudie el Siglo de Oro. ¿En serio eso es progreso? Lo siento pero reducir el nivel y la calidad de la educación me parece un claro y manifiesto retroceso.
La verdad es que me gustaría entender la razón que se esgrime desde el Ministerio de Educación para arrinconar a los clásicos del Siglo de Oro, esa época tan fecunda de la cultura española, fundamentalmente el Renacimiento del s.XVI y el Barroco del s.XVII.
¿Podría ser porque fue un período de fervor patriótico y religioso y eso no gusta a algunos? ¿Será debido a que, como estábamos en el apogeo del Imperio Español, los pusilánimes quieran eliminarlo a toda costa para no molestar? Porque no quiero pensar que tengan algo en contra del “Quijote” de Cervantes o del “Camino de perfección” de Santa Teresa de Jesús. O contra La Celestina, Lazarillo de Tormes, Fuenteovejuna, La vida es sueño…
Es en este tipo de cuestiones donde se suelen diferenciar los objetivos de algunas políticas, porque mientras unos buscan una sociedad de gente preparada que haga grande a su país, otros buscan rebajar los conocimientos para unificar a las personas y así tener un país más inculto que pueda ser fácilmente dirigido. Por ejemplo, el lema educativo en Corea del Sur “si eres el primero en la clase, lo serás en la vida”, es francamente diferente al de “no te preocupes que aunque suspendas varias asignaturas pasarás de curso”, como anunció la ministra de Educación Celaá. ¿Por qué esta señora olvidó que lo que hay que premiar es el esfuerzo, el mérito y el trabajo, en vez de igualar a los estudiosos con los vagos? Igualar por abajo no tiene nada de progresista sino que es absolutamente reaccionario, porque lo que hay que conseguir es que tenga éxito el que trabaja, el que se esfuerza, y que no dependa para nada su extracción social ni el nivel económico de la familia.
Y por cierto, es evidente que los horizontes de pensamiento de una persona sin educación son mucho más limitados que los de una persona instruida. Por consiguiente, no es lo mismo tener ciudadanos formados, con capacidad de crítica, y preparados para tomar decisiones responsables participando activamente en la sociedad, que tener un país de ignorantes, de indigentes intelectuales, fáciles de conducir y con escasa o nula capacidad de crítica. Por eso es conveniente recordar que la ignorancia es el peor enemigo de un pueblo que quiere ser libre.
Por otra parte, parece interesante resaltar que una persona educada habitualmente es más tolerante y por tanto más pacífica, porque cuando uno se deja enriquecer por la cultura, el respeto a los demás se da por supuesto. Ya lo decía Jacinto Benavente: “la cultura es la buena educación del entendimiento”.
Indudablemente, la diferencia entre un país que imparte educación inteligente y otro que no, es muy grande. Por eso es conveniente señalar que los países nórdicos, que están socialmente muy avanzados, son los que tienen un mejor sistema educativo. Por ejemplo, los profesores finlandeses, que son muy respetados por los padres, centran toda su atención en las necesidades del estudiante y le dan libertad para desarrollar sus habilidades. También Francia tenía uno de los mejores bachilleratos de Europa, lo que no impide rechazar severamente aquella idea perversa de Napoleón Bonaparte: “el gobierno debe organizar la educación de modo que pueda controlar las opiniones políticas y morales”; aunque es bien sabido que a los que tienen una vocación totalitaria, también les gustaría que las cosas fueran así. Sin embargo, parece mucho más recomendable que la familia eduque y los profesores enseñen y eduquen de acuerdo con la familia.
Y como resumen, concluyo con aquellas sabias palabras de Confucio: “La educación genera confianza. La confianza genera esperanza. La esperanza genera paz”.
