Año tras año desciende el número de los ciudadanos que se consideran creyentes (55%, según CIS 2021). Particularmente entre los jóvenes (solo el 28%). Descienden bautizos y bodas religiosas hasta mínimos históricos (10,5%). Este hecho sociológico afecta por igual a todos los sectores del ámbito político.
Frente a esta realidad nos encontramos con otro hecho que nos trastoca los esquemas: el número de procesiones crece por todas partes. Hay menos fe en las conciencias pero hay más manifestaciones piadosas. ¿Qué está ocurriendo?
Yo no sé dónde puede estar la respuesta. Simplemente me hago preguntas. ¿Se añoran los llamados ‘antiguos valores’ y tratan de recuperar las manifestaciones exteriores de esos valores? ¿Volvemos a la colaboración de la política y la religión para articular un determinado tipo de sociedad? ¿Es simplemente la recuperación de antiguas formas de manifestar las creencias religiosas? ¿Hasta dónde influye el aspecto folclórico, recuperación de tradiciones o el afán turístico? ¿Es una nueva búsqueda de la propia identidad para no perderse en un mundo, cada vez más uniforme, dominado por los algoritmos?
En los años ochenta, en plena transición, las procesiones estuvieron bajo mínimos y parecía que iban a desaparecer. En los dos últimas décadas han renacido, al tiempo que han cambiado las propuestas de la Iglesia española, alejándose de sus planteamientos durante la Transición.
¿Quieren volver a la unión Iglesia-Estado del antiguo régimen? ¿Qué hace un alcalde presidiendo una manifestación religiosa junto al párroco del lugar? ¿Simplemente “porque siempre se ha hecho así”? Como ciudadano, solo he comprendido la presencia de la Concejala de Deportes. Se practican ejercicios duros y debe controlar el nivel de las cargas, de entrenamiento.
