Es una paradoja, pero lo que se llama la España vaciada es, precisamente, la mayor parte de nuestro país. La otra cara de la despoblación y del estancamiento de la España interior es la España abarrotada, cuya máxima expresión es Madrid. No es victimismo ni madrileñofobia; es, sencillamente, la realidad. En Madrid, el 0,12% de la superficie del país, trabajan uno de cada tres funcionarios del Estado, más de 150.000 empleados públicos. Son un 30% del total, mientras que en territorios como Castilla y León, Comunidad Valenciana o Cataluña no llegan al 5 o 6%. Madrid acumula el poder e influencia que le da el BOE y se beneficia del efecto capitalidad que pagamos todos los españoles mientras el PP madrileño ha hecho de la comunidad un paraíso fiscal para ricos. Madrid es un agujero negro que engulle cantidades ingentes de capital, empresas y talento joven del resto de España: allí viven más segovianos que en Segovia, y recibe todos los años la emigración por motivos laborales de más de 100.000 jóvenes con talento del resto de capitales, también de Barcelona. Madrid no es el problema en sí mismo, pero sí el síntoma más claro del problema.
La diversidad forma parte del ADN de nuestro país. Esto es evidente incluso para quienes niegan esa diversidad que nos caracteriza y pretenden dictar a los demás cómo sentirse españoles. Quizás por eso España, la de verdad, siempre ha generado desconfianza y rechazo en las élites centrales; por eso Madrid siempre ha sido la respuesta a España, una respuesta que, lejos de ser la solución, ahonda cada vez más en la crisis territorial. La centralidad política y económica de Madrid en nuestra historia reciente alimenta la ilusión óptica de Ayuso, para quien España empieza y termina en Madrid. Pero, si Madrid es España, y España es Madrid, ¿dónde quedamos las demás? Según el razonamiento de la presidenta madrileña, el resto de provincias somos la periferia de la periferia de la Puerta del Sol.
Lo cierto es que toda España está más allá de las bambalinas de la corte madrileña, más allá de los pasillos de los ministerios
Pero lo cierto es que toda España está más allá de las bambalinas de la corte madrileña, más allá de los pasillos de los ministerios y, también, de las sedes del IBEX 35. Por más que le pese a la señora Ayuso, Segovia, Teruel y Jaén también somos España. Por ello es necesario descentralizar el Estado y sus administraciones por todos los territorios, como parte de una apuesta clara por la equidad entre territorios, redistribuyendo las sinergias, beneficios y ventajas sociales y económicas que conllevaría albergar sedes de empresas y organismos públicos por todo el país, además de los efectos colaterales que esto supondría en el refuerzo de servicios públicos o la mejora de conexiones ferroviarias, por ejemplo.
Si el Estado somos todos, su traducción más tangible debería estar en todas partes. Quien dice Estado, dice también comunidades autónomas; y quien dice Madrid, dice también Valladolid: por desgracia, esta pulsión centralizadora no es patrimonio exclusivo de la corte madrileña; se reproduce a todas las escalas, convirtiendo cada vez más comarcas y provincias, también en Castilla y León, en la periferia de la periferia. Pero, ¿por qué Segovia no puede ser una sede de ADIF, de la Agencia para la Innovación o del Instituto para la Competitividad Empresarial de Castilla y León?
Es evidente que la crisis territorial que parte nuestro país por la mitad, la del desequilibrio entre la España vaciada y la España abarrotada, no se va a resolver esparciendo sedes de administraciones públicas aquí y allá; no somos tan ingenuos. Pero sí debe ser un primer paso para cambiar el rumbo desigual del país, de sacar el Estado más allá de la frontera de la M-30. Y en esto, Segovia no se puede permitir quedarse atrás también: nuestros representantes y nuestras instituciones, independientemente de su color político, deben estar a la altura. Eso esperamos.
(*) Concejal de Podemos en el Ayuntamiento de Segovia.
