Álvaro José Seabra Rodrigues ha vivido en dos ‘Navas’. La primera, su pueblo en Vila do Conde, donde empezó a jugar siguiendo los pasos de su hermano mayor. Lo hizo a los nueve años y sigue tres décadas después. Atiende a la entrevista por teléfono y pone más atención a su hija Katia, cerca de cumplir un año, que si tuviera enfrente a Nikola Karabatic. “No era una persona de niños y ahora estoy 24 horas con ella. Estoy esperando a que crezca para enseñarle el balonmano”, sonríe.
— ¿Superó a su hermano?
— Siempre fue mejor que yo. En juveniles tuvo la oportunidad de jugar en Oporto y lo rechazó porque no era compatible con la escuela. Yo seguí. El equipo de Braga era el mejor, siempre en Champions League. Y me llamaron para jugar. Salí de mi pueblo a los 15 años para vivir en una ciudad grande. Cuando llegué allí, comencé a ver la esencia del balonmano.
— ¿Cómo fue la decisión de dejar su hogar?
— Tuve suerte porque mis padres eran muy abiertos. Yo quería ir porque me encantaba el balonmano. Tomamos esa decisión y fue la correcta, creo yo.
— ¿Qué le aportó el balonmano?
— Yo fui siempre muy alto y me preguntaban por qué no jugaba al baloncesto. Me encanta el contacto y la velocidad del balonmano. Es un juego muy rápido. No me gustaba el baloncesto, siempre golpes y faltas. El balonmano era un juego más colectivo; no puedes jugar en individual, necesitas a los demás. Y así conocí a mucha gente. Era muy introvertido y cerrado, hablaba muy poco. El balonmano me ayudó a hablar con la gente.
— ¿Sigue considerándose introvertido?
— Cuando alguien empieza a hablar conmigo, hablo mucho. La gente me lo dice: “Joder, parecías muy cerrado y se puede hablar contigo de todo”. Es así. Al principio soy cerrado, es mi manera de ser. Cuando me conoces bien, ves que no soy así.
— ¿Por qué salió de Portugal?
— Estuve en los tres grandes (Braga, Oporto y Benfica) y tenía la oportunidad de ir a Rumanía. En Portugal, si no juegas en los grandes, ganas poco dinero. Tuve la opción de ir allí y era una buena liga. No quería bajar de nivel. Había estado en España, con 23 años, en Arrate. Entonces quería volver a Portugal, era muy joven. Cuando salí de Benfica, tenía 32; ya no me importaba estar fuera.
— ¿Cómo fue su primer partido en Nava con Palma del Río?
— Hacía mucho frío en el frontón. Fue un partido difícil y solo pudimos ganarlo en la segunda parte. Hablábamos muy bien de Nava, una afición que combatía mucho.
— ¿Esa impresión fue clave para aceptar la oferta del club?
— Sí. Cuando estaba en Hungría quería volver a España. Me encantaba el ambiente que hay.
— ¿En qué se parece su pueblo a Nava de la Asunción?
— Mi pueblo está a seis kilómetros de la playa. Tampoco teníamos pabellón; ni siquiera un frontón, era abierto. Y hoy ya tenemos uno. Tengo aquí la misma vida que cuando era joven. Allí tenía la suerte de ir a la playa, y es otra cosa. Conocía a toda la gente de mi pueblo y aquí me pasa lo mismo. Cuando vamos a tomar un café, vienen a hablar y nosotros, encantados. Esta amistad de apoyarnos cuando perdemos… He estado en equipos grandes y, cuando perdías, esa semana era muy mala. Aquí siempre hay apoyo, incluso cuando hemos tenido esta mala racha.
— ¿Ha sido su momento más difícil en Nava?
— Y en mi vida deportiva. Nunca estuve tanto tiempo sin ganar. Nos sentíamos muy mal. No es fácil entrenar toda la semana y volver a perder. En la segunda vuelta vamos a mejorar seguro sin esta locura de jugar dos veces por semana.
— En los dos partidos bajo la dirección de Zupo Equisoain fueron un equipo radicalmente distinto. ¿Por qué?
— Es la primera vez en mi carrera que cambian de entrenador a mitad de temporada. Y es siempre malo. No es solo culpa del entrenador, hay otras cosas. La gente estaba jodida porque no estábamos bien. Zupo ha venido con su filosofía de mucha agresividad y ganar confianza. Y se notó. El deporte es así, una pequeña cosa lo cambia todo. Eso intentamos hacer durante la racha, pero no llegaba. Nos hacía falta un poco de suerte.
— Con esa línea, sus opciones de permanencia son altas.
— Poco a poco. Yo creo que tenemos equipo para jugar contra todos, menos el Barcelona. Este año teníamos una plantilla más profesional y debíamos estar mejor. No fue así. También por culpa del virus. En este mes de pretemporada hemos mejorado mucho.
— ¿Cómo vivió el Covid?
— Yo no quería pasarlo. Estuve muy mal los primeros días y se notó. Había gente que seguía con molestias y cansancio un mes después. Fuimos el único equipo en el que todos dimos positivo. Se notó mucho. Y también la afición. No es lo mismo tener el pabellón lleno que con 15 personas. Aquí ayuda mucho, es el octavo jugador.
— ¿Cómo está viviendo la situación en Portugal?
— Mi hermana es profesora y dio positivo. Y mi madre no lo sabe. Hacen todo bien y les ha tocado. Ya no entiendo nada de este virus.
— ¿Cree que su posición es desagradecida?
— Un aficionado normal no me ve; una persona que entienda balonmano, sí. A mí lo que me importa es ganar, pero hoy es más importante la defensa que el ataque.
— ¿Cómo entiende hasta dónde se puede mantener el contacto?
— Ya tengo experiencia. Cuando vienen en uno contra uno, no puedo hacer el mismo contacto a un extremo que a un lateral. Con un extremo son dos minutos seguro, le mato. El video me ayuda mucho a anticiparme. Vemos individualmente qué hace cada jugador. Luego hay jugadores normales, que simplemente están ahí, y los buenos jugadores. A esos hay que estudiarlos bien. Hay mucho trabajo por detrás. Al final, siempre doy hostias a todos (sonríe).
— ¿Hasta cuándo jugará?
— No lo sé. Me encuentro muy bien físicamente, no he tenido lesiones graves y la gente me dice que no parece que tenga 39. A ver qué interés hay. Si tengo que acabar, acabo. No tengo problema. A ver qué pasa con el virus porque hay clubes que no quieren contratar y ligas con muchos problemas.
