Elena pasea hasta la ermita del Carmen de San Rafael para sentarse en un banco de su pradera. A sus ochenta y ocho años le gusta visitar la pequeña capilla y con los ojos cerrados, mecida por el susurro de Arroyo Mayor, repasar su vida y su estancia en San Rafael. Mirando la espadaña contra las nubes, esboza una sonrisa melancólica y recuerda que tras la guerra civil, con apenas nueve años, sus padres la trajeron a esta sierra alta segoviana a la que engarzó su alma. Atrás quedó su pandilla de juventud y los paseos por umbrías, arroyos y pinares que irremisiblemente al atardecer, acababan en este lugar en el que hoy se funden sus recuerdos. De su mocedad evoca una ermita ruinosa que se remozó arreglando incluso su enorme portón de entrada. Y parece que fue ayer.
Se levanta para regresar a casa. Antes, asomada al ventanuco de la puerta, musita una oración observando con orgullo que la imagen de su Virgen del Carmen sostiene en la mano derecha un antiguo rosario familiar de nácar y plata; un exvoto que perteneció a su bisabuela y que en el centenario de la capilla, Elena quiso ofrecer al humilde templo. Se aleja en silencio.
Son muchas las personas que en la ermita arrullan su pasado. Siempre habrá lugares a los que volver para reencontrarnos con los recuerdos y las emociones porque todo cambia para seguir igual.
