Carezco de espíritu navideño, lo reconozco, sin embargo mi mujer tiene en exceso, sobre todo cuando regresa en estas fechas de pasar un tiempo con la familia de México. Desde “los tiempos mexicanos” no habíamos vuelto a poner árbol de Navidad en casa y cuando vivíamos en La Granja, como en el techo predominaba la madera, se me antojaba peligroso, aunque también era la “excusa perfecta”, para que ese ‘Grinch’ enojón que desde la adolescencia llevo dentro, se saliese año tras año con la suya. En esta ocasión, apenas se bajó mi mujer del avión, lo primero que me dijo fue que “este año sí lo ponemos” y bueno… ahí está el árbol; como un obelisco faraónico en medio de la sala del nuevo apartamento.
Días atrás, esperándola en al aeropuerto, pude observar de nuevo, aquello que me llamó tanto la atención hace ya tiempo y sobre lo que había leído algo en alguna ocasión. Generalmente muchos pasajeros procedentes de vuelos americanos, son esperados y recibidos por familiares o amigos entre sentimiento festivo, contacto humano y entrañables muestras de cariño. Estas circunstancias, contrastan con los reencuentros de los viajeros de los vuelos europeos… de haber alguien esperando, claro. Por lo regular, las bienvenidas de estos son mucho más protocolarias y emocionalmente asépticas. Sin embargo, sucede que en estas fechas, tienden a igualarse un poco las expectativas en cuanto al despliegue de recibimientos, independientemente del origen del viajero o de quienes salen a su encuentro. Estas fechas animan a familiares y amigos a acercarse al aeropuerto y de la mano del sentimiento, dar rienda suelta a algún que otro comportamiento desinhibido para exhibir collares de guirnaldas, carteles alusivos y sombreros navideños. Así, mientras contemplaba a la gente de esa guisa emocionada en el aeropuerto, sentí que uno corre el riesgo de verse impregnado de su espíritu navideño. Incluso de llegar a pensar, que solo las navidades consiguen eso… bueno; las navidades, las expediciones futboleras, las despedidas de soltero y el próximo recibimiento de algún prófugo de la justicia, que también irá en esa línea de lo pintoresco ¡Ya me parecía que estaba tardando ‘el Grinch’ en retomar la deriva de mi pensamiento! El retraso del vuelo, el dolor en el pie; todo ayuda un poco para que el “espíritu crítico” se vaya imponiendo al “navideño” y si además, sumamos los últimos noticiarios y lo leído en la prensa que llevaba debajo del brazo… termina hasta con “el espíritu europeo”. Pues hay que tener mucho de este último para poder andar tragando con los últimos acontecimientos. Tanta decepción con las instituciones comunitarias va a requerir la ingesta de mucha sal de fruta para asumir semejantes polvorones indigestos. Con los nuevos y anti europeístas argumentos, parece que son muchos los españoles que hacen cuentas, sobre qué tiene de beneficio continuar dentro de este lío europeo, ya que el número de escépticos y de damnificados morales empieza a contabilizarse por cientos y el índice de credibilidad europea va menguando camino del cero. Ya saben que del amor al odio hay un paso y en el ibérico, por encima del pragmatismo, mandan los sentimientos… en fin; dando vueltas por la terminal, pasando como mejor podía el tiempo; me planté debajo de las pantallas de las numerosas procedencias de los vuelos: “aterrizados”, “retrasados”, infinidad de ellos… de momento, no parece que para satisfacer la urgencia del reagrupamiento familiar navideño o para mantener la dinámica cotidiana de globalidad de estos tiempos, haya mejor alternativa que la de pasar por un aeropuerto. Con tanta y tanta gente prescindiendo del catamarán y usando el avión para cruzar los océanos, empieza a entenderse el gesto fruncido que Greta arrastra desde hace un tiempo y más sabiendo, que en un mundo tal como lo conocemos, va a ser muy difícil limitar a las personas en sus habituales y periódicos trasiegos. Quizás con un buen cierre de fronteras de esos herméticos, que favorezca el desapego con otros lugares y con aquellos que pasarían a ser simples extranjeros, personas de las que olvidarse o recordar con cierto recelo, y empezar separando regiones, que algunos ya están en ello; creando territorios estancos cada día más pequeños, donde controlar a las personas en sus movimientos, en una menguante espiral concéntrica que relegue al personal al inmovilismo de su provincia primero, después de la comarca para finalizar en su pueblo, terminando inmersos en “lo de sus propias casas”, donde… por cierto; creo que ya les dije que en la mía, tengo puesto un árbol de Navidad y puede que hasta con algún regalo a mi nombre (que sé que no merezco), y todo ello, a pesar del mal carácter, mis interpretaciones surrealistas y mi acentuada falta de espíritu navideño.
