La palabra crisis se ha convertido en la expresión más habitual en todos los ámbitos de la sociedad, así como en todos los ámbitos de la actividad económica. Y el sector agrario en su conjunto no es una excepción.
Se habla de crisis con carácter general consecuencia de la evolución de los precios percibidos por los agricultores y ganaderos. En el último año, por circunstancias de los mercados internacionales, las cosas fueron bien para la mayor parte de las producciones agrícolas, especialmente para las que se conocen como las continentales donde destacan los precios de los cereales, oleaginosas, el vino y, a última hora con los precios disparados del aceite tras años de hundimientos con unas cotizaciones por debajo de los costes de producción, sobre todos en las zonas de bajos rendimientos. No tuvieron malos precios algunos de los sectores ganaderos más importantes como el vacuno, por las fuertes exportaciones a los países árabes y el porcino, mientras siguen los problemas en la leche y en el ovino, que está en caída libre con grave riesgo para su propia supervivencia en medio de la indiferencia general en relación con una actividad clave extensiva para el medio rural.
Se habla de crisis por la permanente subida de los precios pagado por los costes de producción que en la última década han pasado de 14.000 a casi 21.000 millones de euros. Es cierto que de esa partida, la mitad corresponden a los costes de los piensos donde el drama se ha centrado en las cabañas y, especialmente, en aquellas como la leche, que han tenido costes a la baja. Pero el impacto sobre las rentas en cada vez mayor consecuencia de las subidas, año tras año, de los precios de medios de producción tan importantes como las semillas, fitosanitarios y los fertilizantes, en muchos caso en manos de unos pocos grupos donde destaca la posición dominante de Fertiberia en los abonos, sin que ello preocupe a las autoridades de Competencia, tan solícitas para denunciar pactos imposibles entre los agricultores o ganaderos para vender más caro. En muchos casos, si no vienen bien las condiciones climatológicas, el agricultor o el ganadero corre el riesgo de acarrear pérdidas por su actividad como sucede en el vacuno de leche.
Se habla de crisis por el desarrollo las campañas según las condiciones climatológicas, donde en unas horas o unas semanas se puede ir todas una inversión y todo un trabajo al traste sin que los seguros supongan todavía esa garantía de rentas a la que aspira el sector.
Se habla finalmente de crisis y temor al futuro, con los papeles en la mano sobre los cambios en la reforma de la Política Agrícola Común, con los interrogantes permanentes sobre la cabeza del sector agrario donde las subvenciones directas suponen casi el 30% de sus ingresos y, muy especialmente, en aquellas actividades donde ese porcentaje es muy superior y donde un recorte alto supondría el fin del cultivo.
Datos objetivos
Desde las organizaciones de carácter general, sectoriales, cooperativas y el propio agricultor o ganadero en el caso concreto de sus explotaciones, se puede hablar por mucha razones sobre la existencia de crisis en la actividad, en muchos casos, con unas valoraciones que se podrían calificar como subjetivas. Sin embargo, hay algunos datos totalmente objetivos elaborados por la propia Administración que ponen de manifiesto la auténtica realidad del campo. Con dos bastan. El nivel y la evolución del endeudamiento de las explotaciones, y la evolución y el nivel del porcentaje de morosos o créditos de dudoso cobro.
En el caso del endeudamiento, un dato es que en 2012 el mismo era de 20.852 millones de euros, una cifra solo un poco por debajo de lo que fue en ese mismo año la renta agraria con un montante de 22.442 millones de euros. Lo que debe el sector agrario es prácticamente igual a su renta de un año.
No es lo más grave. Lo más significativo es que el endeudamiento sigue a la baja frente a los 26.000 millones de euros de hace cinco años. Se han paralizado las peticiones de créditos para circulante o para apostar por el futuro de las explotaciones. Y puede ser por dos causas: por no creer en el futuro y se deja de invertir para modernizarse y mejorar su competitividad o también por falta de mecanismos en la Administración y de cara a las entidades financieras para conseguir un crédito por la imposibilidad de cumplir con todas las exigencias y avales que se reclaman. En cualquier caso, como denuncia la Unión de Uniones, organización escindida de COAG, aquí hay un problema para el que se debería dar una salida vía un Plan de Financiación agraria donde se reconozcan las condiciones especiales de la actividad en el sector.
El segundo dato que refleja la crisis viene marcada por al evolución del porcentaje de créditos de dudosos cobro o más conocidos como morosos, donde las entidades financieras tiene dudas sobre su recuperación. En cinco años, ese porcentaje ha pasado de suponer el 1,26% de todos los créditos vivos al 8,5% de la actualidad. El dato es grave si se tiene sobre todo en cuenta que pagar lo que se debe, aunque sea a los bancos, ha sido una regla de oro en el conjunto de este ámbito, donde tanto agricultores como ganaderos se lo quitaban antes de comer con tal de cumplir con sus compromisos financieros.
Con esos datos en la mano, no se puede decir que no haya crisis en el sector agrario, aunque a varias producciones no les hayan ido mal las cosas en 2012.
