Así resume Jorge Drexler nuestro carácter de nómadas y migrantes desde el inicio de los tiempos. Siempre las migraciones han causado problemas, han influido en la economía, en los hábitos sociales y han trastocado sociedades. Para corroborarlo podría la AI preguntar a los habitantes originarios de La Española o del Imperio Azteca qué pensaban de los inmigrantes recién llegados en extraños barcos. Sin ir tan lejos podemos preguntar a los marroquíes qué recuerdo tienen de cuando hace apenas cien años (un suspiro en el hilo del tiempo) los españoles atacábamos el norte de África, tratando de ampliar nuestras colonias a cañonazo limpio.
La historia continúa y va dando vueltas. Países que expulsaron migrantes por millones (Irlanda, España, Italia…) hoy son receptores de los llegados de otros lugares, que huyen de sus tierras porque sus vidas allí carecen de futuro.
Parto de una primera premisa: nadie emigra voluntariamente. Todos emigran buscando un futuro mejor o simplemente un futuro.
Una segunda premisa es que en España la inmigración, hasta ahora, no ha causado ningún problema social o económico, ni ha tenido un impacto negativo. Más bien, todo lo contrario. La caída demográfica de la población española se ha visto compensada por la llegada de inmigrantes, que están ocupando los puestos de trabajo que no se podrían ocupar por la caída de la población autóctona.
Estas premisas son confirmadas por los datos reales. Pero a partir de esos datos podemos hacer las interpretaciones que cada uno quiera conforme a su ideología o sus intereses económicos.
El discurso antiinmigración está siendo utilizado por todas las extremas derechas para unir a sus votantes en torno a un enemigo común, que siempre une más que los ideales comunes. El problema es una supuesta identidad española que va a desaparecer.
La historia nos ofrece muchos ejemplos de que ante situaciones de pestes, desastres, crisis económicas o sociales, ante problemas de solución compleja e incierta los gobernantes optan por buscar un chivo expiatorio, un enemigo común, que cargue con todas las culpas y que sea el causante de todas las desgracias.
Ahora los inmigrantes están ocupando el mismo papel que los judíos han ocupado en muchos períodos de la historia, sobre todo en el nacimiento del Fascismo en los años veinte y treinta del pasado siglo. Tampoco entonces había ningún dato verificable que apuntara a los judíos como causantes de la crisis económica o de los problemas sociales. Eran ciudadanos ejemplares tanto en los lugares más humildes como en los puestos altos que ocupaban en la economía, en la música, literatura y arte en general.
Una serie de campañas dirigidas desde el poder político consiguieron que todo el mundo terminara por señalarlos como unos apestados que no merecían vivir en su sociedad y que, al final, ni siquiera merecían vivir.
En nuestros días hay una gran bolsa de votos de gentes muy desencantadas con el sistema actual, democrático y liberal, por muy diferentes motivos. Jubilados que tras una vida de duro sacrificio recogen una pensión que no les llega para vivir con dignidad. Trabajadores mayores que se encuentran fuera del mercado de trabajo sin que nadie valore su experiencia y conocimientos. Personas que en su madurez están desencantados porque sienten que están dejando pasar los mejores años de su vida entregados a unos trabajos que son una mierda. Y sobre todo mucha gente joven que vive en situación de precariedad económica, laboral, social…y que el futuro se les abre más como una amenaza que como una esperanza. Todos ellos, y muchos más, están desencantados con la situación actual y más aún con el futuro que les prometieron. Es muy sencillo para los políticos sin escrúpulos rentabilizar este hartazgo en forma de votos. Ya hemos visto que ni siquiera hace falta elaborar un programa. Las redes lo ponen muy fácil.
Ante una situación de incertidumbre y ante un pesimismo extendido por el horizonte, es muy difícil buscar y ofrecer soluciones porque no existen y hay que crearlas. Para los partidos políticos es mucho más fácil buscar unos culpables de esta situación, buscar unos chivos expiatorios en quien descargar todas las culpas.
Estamos en un tiempo de incertidumbre. El suelo se mueve. Los cambios son constantes y nos abruman. No sabemos qué será de nosotros y menos aún qué será de nuestros hijos. No hay dónde agarrarse. Saltamos al vacío… cambio climático, agotamiento de recursos, sociedades interculturales, inmigraciones descontroladas, pérdida de identidades nacionales, economía en muy pocas manos, amenaza de la IA para controlarnos…¡Qué fácil es buscar un chivo expiatorio!
Y tercera premisa: los inmigrantes continuarán llegando a Europa, hagamos lo que hagamos. Ningún muro se puede interponer ante los jóvenes africanos desesperados y dispuestos a arriesgar y perder la vida por encontrar un futuro posible. Llegarán por Canarias, por Andalucía, por Italia, por Grecia o por los Balcanes…pero seguirán llegando. Para una Europa decadente en población, en recursos económicos y en influencia global, es un enorme desafío el encauzar la llegada de los nuevos habitantes. Estados Unidos lo hizo bastante bien en el siglo XIX, Francia e Inglaterra, en cambio, han mantenido muchas luces y sombras en el S. XX. Ahora, en el S XXI, es un desafío para toda Europa.
Asistimos de nuevo a la caída del Imperio Romano. Los bárbaros, venidos de las estepas, fueron saltando el limes romano del Danubio y del Rin, fueron ocupando territorios, a veces con guerras, a veces con acuerdos. Pero continuaron extendiéndose… y en el 476 el rey Odoacro entró en Roma. Poco después los visigodos ya estaban en Toledo…y así continuó la historia de la vieja Europa. No desapareció.
“Yo soy un moro judío que vive con los cristianos…” sigue cantando Jorge Drexler.
