La guerra civil de Yemen no solo ha destruido las escasas posibilidades que tenía antes del conflicto para evolucionar hacia un estado plenamente funcional, sino que también ha dado a Al Qaeda las llaves de los escasos recursos del país. La revolución de 2011 puso punto y final a la unificación forzosa de Yemen bajo el derrocado presidente Salé, un sátrapa que actuó como dique de contención contra la acción de múltiples fuerzas religiosas y políticas que ahora campan a sus anchas y han convertido el país en tierra de nadie.
Los acontecimientos de la actualidad recuerdan a la guerra civil de 1994, solo cuatro años después de la unificación del país. Las fuerzas del sur, el territorio conocido como la antigua República Popular Democrática de Yemen, lanzaron una ofensiva para desvincularse del norte del país, sede del Gobierno central y puño opresor, a juicio de los separatistas, que marginaba sus intereses y explotaba los recursos petroleros de la zona.
Al final, Salé consiguió sofocar un conflicto que dejó entre 6.000 y 10.000 muertos y concluyó con su ocupación del sur del país. La guerra, sin embargo, terminó con el nacimiento de un grupo teológico relativamente moderado, Juventud Creyente, que diez años después degeneraría en un grupo armado instrumental para entender la situación actual del país: los rebeldes huthi.
A los movimientos secesionistas del sur del país y al ánimo de control de los rebeldes del norte hay que añadir un tercer factor como es la presencia de la organización terrorista suní Al Qaeda, opuesta tanto al Gobierno yemení como a los rebeldes chiíes. Yemen ha sido terreno abonado para que la llamada Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), considerada por los expertos como la rama más letal y mejor organizada de la organización, actúe de manera prácticamente impune.
La presencia de Al Qaeda incitó a Estados Unidos a lanzar operaciones con aviones no tripulados en suelo yemení. La eficacia de esta ofensiva ha sido más bien dudosa, y las operaciones han sido interrumpidas al inmiscuirse con la operación internacional que lidera Arabia Saudí contra el avance huthi; campaña que se entiende en un marco estratégico mucho más amplio: una lucha de poder internacional entre los saudíes e Irán, la república islámica chií que supuestamente está ayudando a los rebeldes, algo que Teherán niega tajantemente.
Al Qaeda — así como Estado Islámico, que ha comenzado a dar indicios de su presencia en el país —, tiene particular interés en las provincias del sur, en particular Hadramut, que alberga la mayoría de las reservas de crudo.