Vivimos algo que se está descubriendo ahora como fundamental en la sociedad mundial: la necesidad de los cuidados. Una humanidad que necesita vivenciar lo que ha dado en llamarse la “cuidadanía”, ante el fracaso de los derechos humanos, que son proclamados en la letra, pero violados flagrantemente en la práctica.
Cuidar no es solo realizar con diligencia un conjunto de tareas para asegurar el bienestar de una persona, ni solamente brindar afecto o compañía. Es un proceso complejo y vivo de relaciones, una aventura apasionante que pone en juego la razón y el corazón. Cuidar tiene que ver con el cuidado directo entre personas, lo que implica:
Estar a la escucha, para comprender lo que dice cada persona a través de los distintos lenguajes: la palabra inteligible y la palabra rota, el silencio, las lágrimas y la risa, la postura del cuerpo, la mirada, la piel, las emociones expresadas o contenidas.
Proponer antes de actuar, buscar el máximo de acuerdo y colaboración, entre la persona que cuida y la cuidada, preguntar si lo que estamos haciendo está bien, pedir disculpas si nos equivocamos.
Vigilar atentamente las emociones propias, las creencias y los juicios, a fin de permanecer disponibles para un acompañamiento incondicional y adaptado a cada situación.
Comprometerse a combatir el sufrimiento, no ahorrar energía en aquellos gestos que pueden aportar siquiera un poco de alivio, generar un ambiente de serenidad y confianza.
El Papa Francisco en su Mensaje que escribió para la Jornada de la Paz el 1 de enero de 2021, titulado: La cultura del cuidado como camino de paz, amplia este concepto de cuidados:
Lo refiere a la promoción de la dignidad y los derechos de la persona. “El concepto de persona, nacido y madurado en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación. Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, con la misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad de acoger y ayudar a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el espacio”.
Después de recordar el Papa que cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común… nos invita a prestarnos el cuidado mediante la solidaridad, que “expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”.
E insiste en el cuidado e interconexión de toda la realidad creada para destacar “la necesidad de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación. De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra, nuestra casa común, y de los pobres. No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo.”
Todos estamos llamados a vivir como “cuidadan@s del mundo”. Llamados a vivenciar la “cuidadanía”, que vendría a ser promover lo que el Papa llama “la cultura del cuidado”, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, lo que nos hará transitar por un camino privilegiado para construir la paz”.
