Ansiosos esperábamos las nuevas medidas, pensando (ilusos de nosotros) que habría una pequeña referencia al deporte entendido como tal. No hablo de competiciones de ámbito estatal, que eso sigue adelante más o menos de un modo normal (o no), sino al simple hecho que ocho, diez o doce niños, niñas, jóvenes puedan estar en un pabellón, cumpliendo todas las medidas de seguridad sanitaria que exige el protocolo marcado por las autoridades.
Dejo de lado la ruina que está suponiendo para clubes deportivos o escuelas. Únicamente expongo una realidad muy cercana y a la que parece que no queremos asomarnos, o, simplemente, no sabemos o no podemos, porque el cansancio y hartazgo mayúsculo que sufrimos nos ha vuelto inmunes ante tantas cosas, que realmente da miedo (más aún).
No es un grupo cualquiera que demanda un balón para darle patadas y lucir sus zapatillas. Es una necesidad básica. Correr, saltar, lanzar… sí, pero también reír y, aunque sea a distancia y con mascarilla de por medio, ver a compañeros de equipo a los que lleva meses sin ver, pero no por ello ha olvidado.
¿No confiamos en la profesionalidad de clubes, educadores, entrenadores y monitores para llevar esa labor a cabo? Si es así, que nos lo digan claramente y enfocaremos nuestros esfuerzos en aprender (y que ellos nos enseñen) para poder hacerlo mejor.
¿Saben cuántos padres y madres nos piden, ruegan y hasta suplican ayuda, porque ven a sus hijos necesitados de las aportaciones que les proporciona el deporte?
¿Es preferible que se reúnan en cualquier cancha, sin ninguna garantía ni control o se junten en el banco de una plaza mientras se comen el bocata de la merienda?
¿Creen que no somos los primeros interesados en cumplir hasta el mínimo detalle para no poner en riesgo a los nuestros?
Llevan meses pidiéndonos paciencia. Yo no pido algo imposible, solo sentido común.
