Este segundo concierto de las velas de Pedraza de este año se presentó con un éxito de público fuera de lo normal, costó llegar más que ningún año. Creo que el que fuera el segundo y tuviera el apoyo mediático, más el atractivo que supone para la mayoría de la gente un nombre tan mediático como el de Ara Malikian, hizo que la villa se llenase de adeptos a este invento, en el mejor sentido, que es el de los conciertos de las velas de Pedraza. Mi más sincera enhorabuena a la Fundación Villa de Pedraza que estrena presidente, Javier Acebo, que ya colaboraba activamente con el anterior presidente, José Lara, porque logran su objetivo, llenar Pedraza de gente en una noche de verano para escuchar música clásica, y lo logran.
Este segundo concierto que, aunque tratándose de una orquesta de cuerda de veinte músicos, se llevó a cabo con sonido natural para el auditorio como es costumbre en Pedraza, tuvo la innovación de trasmitirlo amplificado convenientemente para los que paseaban por las calles de la villa. De esta manera, se consiguió que el ruido ambiente en las calles fuera menor.
La orquesta Pro Arte liderada por el violinista Víctor Ardelean cumplió de buena forma con un buen sonido, tanto en el divertimento K136 de Mozart como en la “Pequeña Serenata Nocturna” del mismo autor. Son páginas de música que se presta muy bien a un festival de verano y las hemos escuchado muchas veces en semejantes citas, pero la dedicación, ganas y sonido que prestaron a las páginas de esta música vital y motivadora fueron ejemplares.
Antes de llegar a la segunda parte nos esperaba una de las obras claves en el barroco de todos los tiempos, el concierto para dos violines de Bach, el BWV 1043. Al principio los dos violines dialogan en un estilo fugado, dentro de un equilibrio muy galante en el estilo barroco, pero en el allegro final empiezan con un incisivo y brillante comienzo para pasar a un pasaje con una original inversión del papel de los dos violines solistas. En este papel sobresalieron los dos solistas, el esperado y rutilante Ara Malikian con su juego de saltos, flexiones de piernas en los pianos y el sonido serio y clásico de Víctor Ardelean. Eran dos figuras muy distintas en apariencia, pero dialogando de músico a músico en pos de la obra bien hecha.
La versión de las cuatro estaciones de Vivaldi fue, como no podía ser de otra manera, electrizante, rápida en algunos pasajes, sobreactuada en otros, pero siempre atractiva, diferente y actuando de gancho para públicos que no están habituados a asistir a conciertos regularmente y sí lo hacen en este de Pedraza. Este es uno de los méritos que tiene la Fundación Villa de Pedraza, y no sé si el más importante, ya que si solo vamos a los conciertos los que aplaudimos al final de las obras y no al final de los movimientos, por ley de vida, esto desaparecería. Hay que decir a los puristas que más educación al público para que esto siga adelante, más proselitismo y más disfrutar con la música clásica en un entorno tan perfecto como una noche serena y estrellada en Pedraza de la Sierra, entre amigos.