En los pueblos de Segovia, desde tiempo inmemorial, en Nochebuena se acudía a la Misa del Gallo. Se trataba de una eucaristía muy distinta a las del resto del año. Rebosaba alegría, sentimiento consustancial con el Nacimiento del Niño Jesús. Y en ella se incluían curiosos ritos, protagonizados por pastores, quienes recordaban así a aquellos antecesores suyos que, tal y como aparece en los evangelios, fueron los primeros en recibir la noticia de la venida del Salvador, acudiendo prestos a adorarle.
Por diversas circunstancias (éxodo del campo a las ciudades, descenso del número de pastores, cambio de costumbres… ), las misas del gallo ‘pastoriles’ entraron en declive tras la Guerra Civil, llegando casi a desaparecer en Segovia, donde el postrero testigo fue Urueñas.
En Valle de Tabladillo, la última Misa del Gallo con pastores se celebró “hace más de cuarenta años”. Sin embargo, su recuerdo ha pervivido. Y este año, por impulso de la asociación cultural “La Olma”, ha vuelto a haber Misa del Gallo. Con novedades, como su horario vespertino, pero Misa del Gallo al fin y al cabo.
Ya no queda un grupo de pastores en el pueblo, no, pero los jóvenes, ayudados por algún nostálgico, hicieron las veces. Quienes emulaban a los antiguos pastores se presentaron a la puerta de la casa de Fortunato Peña, el zarragón, personaje que tradicionalmente se encargaba de dirigir al colectivo en esta fecha. La indumentaria del zarragón resultaba, cuanto menos, llamativa. Con dos pieles de oveja se había confeccionado una especie de casulla, atada al talle con un cinto. De las dos pieles, una era blanca (la que llevaba por su pecho) y otra negra (la de la espalda). “Siempre fue así”, justificaba Peña.
El zarragón empezó a hacer valer su cargo. Ordenó formar dos filas. Luego se emprendió la marcha hacia la iglesia, haciendo sonar los cencerros. En Valle de Tabladillo, cada uno debe llevar una sarta de cencerros ceñida al pecho. Cencerros, pedreras y pedreros (cencerros más grandes) van a la espalda. Y el pastor puede meter sus dos manos entre su cuerpo y la sarta, agarrando con fuerza el cinto. Para hacer sonar los cencerros basta con mover arriba y abajo los hombros. Dar saltos ayuda a que el sonido sea todavía más escandaloso.
Al llegar a la iglesia, el grupo dio una vuelta alrededor del templo. Después entraron, colocándose en un lateral de la nave central. Allí permanecieron, de pie, toda la eucaristía. Hubo varios momentos en los que sonaron con estrépito los cencerros. Uno de ellos fue el de la adoración al Niño Jesús. Los que hacían de pastores fueron los primeros en besar la imagen. Peña, el zarragón, dirigía el grupo. Por su delicada salud, no pudo colocarse un changarro, como acostumbraba antaño a llevar el zarragón para indicar cuándo debían hablar los cencerros. Pero, eso sí, si quería que parase el estruendo, levantaba una porra de madera. Y se hacía el silencio. Uno de los movimientos de los pastores consistió en retroceder hacia la entrada (pero mirando hacia el altar) y luego volver a avanzar. El tiempo ha hecho olvidar el significado de este paso. “Vamos hacia atrás y hacia adelante, como la vida misma”, explicaba (¿?) Peña.
Antiguamente, los pastores debían, tras la misa, “salir de la iglesia hacia atrás, mirando al Santísimo”. Y luego, dar otra vuelta al templo. “Si algún fallo hemos tenido / o nos hemos confundido / por todo, pido perdón”, finiquitó el propio Peña con una poesía referente a esta recuperación de la Misa del Gallo. Los presentes, lejos de sacar errores, quedaron entusiasmados, por los cencerros y, también, por la recuperación de dos villancicos populares, que se interpretaron al final de la eucaristía. “Ha sido un día emocionante para este pueblo”, resumía Teódulo Peña.