A estas alturas no me voy a entretener en bucear en mi árbol genealógico. Con las hayas, los robles, las encinas, los pinos y demás familia tengo suficiente. Sí me reconozco, por mis apellidos, por mis simpatías, por mi educación, por mi cultura, judío, moro y cristiano. Lo que me lleva a una gran admiración por las personas judías, moras y cristianas.
Si echo la vista atrás y los veo saliendo de Egipto, esperando al mesías, revueltos en la diáspora, expulsados de los países y, sobre todo, condenados y ejecutados por el nazismo no sé si la creación del estado de Israel compensa tantos sufrimientos. Si constato su inteligencia, su esfuerzo por superar circunstancias adversas, ratifico esa admiración y simpatía.
Llegado este punto lamento esta guerra eterna que ya se narra en la biblia contra los filisteos y que llega hasta nuestras sobremesas con las imágenes de los muertos y de las ciudades destruidas. Inútil dilema de qué duele, impresiona, más: si una cola de personas hambrientas tiroteadas mientras reparten alimentos o un grupo de personas abatidas bajo el fuego de los terroristas mientras esperan el autobús.
No comprendo por qué cada uno que reivindica el alto el fuego del ejército israelí no pide al mismo tiempo que devuelvan a los rehenes. Tampoco sé si las noticias me aclaran la confusión. Porque las dudas sugieren que los hechos luctuosos de las partes se usan para justificar las acciones horribles de la guerra. Se me ocurre buscar a los culpables entre los que facilitan las armas a los contendientes. Como si antes de los misiles las personas, nosotros también, no se mataran.
En esta gradación inútil, ver, oír, tratar de seguir viviendo como si no pasara nada, me sorprendo deseando ataques que me gustan: el de un ciclista en una carretera muy empinada. Vuelvo a lamentar que las cunetas ofrezcan las banderas del odio, con lo que me gustan a mí las banderas, con lo que me gusta a mí que cada uno levante la bandera que le dé la gana. Me disgusta que, de un tiempo a esta parte, crezca una línea, una frontera, un muro, cada vez más nítido: ¿Público? Izquierda. ¿Privado? Derecha. ¿Bandera de España? Derecha. ¿Otras banderas? Izquierda. Ahora ¿propalestino? Izquierda. ¿Proisraelí? Derecha. ¿No puede haber combinaciones más o menos razonadas o aleatorias? Solo falta que nos marquen con la brocha en la espalda: azules, rojos. O equidistantes, ni fu ni fa, sin compromiso, meapilas. O simplemente cobardes.
Reconozco que, si los gobiernos españoles hubieran usado el sistema israelí contra el terrorismo etarra, amén de acabar con inocentes, no podríamos disfrutar de las poblaciones vascas. No sé dónde está la moderación.
En cualquier caso, me revelo contra mi precaución de emitir lo que yo pienso por miedo a caer en una de las trincheras. Hamás es una organización terrorista financiada por Irán. Israel es un estado democrático con derecho a defenderse de ataques tan crueles como el del 7 de octubre de 2023. Las personas palestinas tienen derecho a tener una patria en un territorio y a vivir en paz. Sí: a ver cómo se come eso.
Las eléctricas alertan de que el 83 % de la red está saturada. El 52 % de las carreteras presenta deterioros de gravedad. Polonia derriba drones rusos. Franceses hartos proponen bloqueo total. Cataluña no devuelve las pinturas de Sijena…
Ahora en caliente, pero luego. ¡Vaya unos ánimos que me das!, decía don Anastasio, recién caído del tren ante la sorpresa de que no le doliera nada.
Como el niño que va de la mano de su padre a ver ganar a su equipo favorito, ignorante del júligan (hooligan, por si las flais) que coló varias bengalas, voy a poner la tele por si hoy la furia de los propalestinos me deja ver la etapa.
