Mira tú. Días pasados me llama ni nieto para decirme: “el próximo jueves comenzamos a entrenar con el equipo”. Sus palabras rezuman ilusión. Con sus 16 años ha estado postrado en el dique seco de la inactividad deportiva, y lo que ello conlleva amistad, de compartir buenos y malos momentos, de festejar, de contar historias y… de almacenar ilusión. En su diario aparecerán, cuando cuente sus historias, páginas en blanco.
Y llegó el momento de volver. Por más que solo sea a entrenar y con ‘las limitaciones que exige la ley’. En este tiempo ha crecido mi nieto, ha dejado de ser niño para entrar en la pubertad. Y su abuelo, como ha ocurrido a miles de abuelos, se ha perdido ese paso. Esos meses, ese año… algunos aún tenemos la esperanza de poder abrazarlos, seguirlos, por más que de lejos fuere, con la mirada. Hubo otros, otros muchos abuelos, a los que el camino de la vida…
Volver… para jugar, para reír, para cultivar la amistad, para abrazar, para que los nietos llamen a los abuelos, para contar con esperanza sus cosas nuevas en un mundo ‘nuevo’; para que no se quede todo en un recuerdo permanente, amargo, decepcionante…
Volver… para dar patadas a un balón, para recibir consejos del entrenador, para mirar el futuro, para regresar a la bolsa de deporte llena de ilusiones y aparcada durante meses en un rincón. Donde se encuentran una parte de los retos y otra de estímulos personales.
Volver… para que también la sonrisa de los abuelos/abuelas vuelva a florecer. Su ilusión, la de los nietos, es la nuestra. No nos convocan a entrenar, pero allí donde estén ellos, nuestros nietos/nietas, estará nuestro corazón.
A mi nieto.
