Vivir junto una muralla nos conecta con el pasado. Vivir cerca de la naturaleza nos conecta con la Tierra. Vivir junto a casas antiguas, calles centenarias nos conecta con la historia, nos sitúa en el espacio-tiempo y nos ayuda a encontrar nuestro lugar en el mundo.
Vivir en una ciudad nueva, en un barrio de reciente construcción nos obliga a buscar raíces, a mirar hacia atrás buscando algo y alguien que nos diga dónde estamos y quiénes somos. Un horizonte de construcciones nuevas nos conecta con la nada y nos ofrece el vacío como camino. Todo serán obligaciones para buscar un sentido. Somos animales “históricos”, que necesitamos un pasado para situarnos en el presente y vislumbrar un futuro. La Naturaleza y las antiguas paredes nos ofrecen un sentido.
Nuestros pueblos y nuestras viejas ciudades se levantaron como una prolongación de la Naturaleza. Luego la industrialización ha hecho de ellas simples lugares para sobrevivir, a duras penas y a un precio muy alto. La Naturaleza ya no aparece por ningún lado y la historia parece un lujo de holgazanes inútiles.
Después de trescientos mil años de historia del Homo sapiens seguimos funcionando con una mente de cazadores-recolectores que necesitan estar cerca de la naturaleza para sobrevivir. Nuestras montañas de civilización, de edificios, carreteras, suburbios, escombreras…nos ahogan y nos obligan a buscar aire fresco para evitar la asfixia. Escuchando nuestra voz primitiva buscamos la orilla del mar, los paseos por el bosque, la subida a una montaña.. o simplemente la pesca con mosca en un río perdido.
Explotando esa llamada ancestral hoy nos venden esas situaciones como experiencias increíbles de fin de semana, inmersiones en la Naturaleza, ocio en el mundo rural…muchas veces con el engrase competitivo de nuestro mundo capitalista: llegas donde no ha llegado nadie, descubre los secretos de…, recargas las pilas en paraísos de ensueño… Incluso nosotros mismos mordemos el anzuelo y nos marcamos retos, récords y metas para nuestras gestas por el campo, que den un poco de sentido a todo lo que hacemos con ese aura competitiva.
Caminamos hacia un mundo de grandes aglomeraciones urbanas. Nos avisan que en 2050 el 80% de la población vivirá en ciudades cada vez más grandes, que habrán dejado atrás el campo, los pueblos y las pequeñas ciudades históricas, como simples testimonios de un pasado oscuro, pobre y precivilizado.
Solo sobrevivirá el Homo oeconomicus. Caminamos hacia ello. Los americanos nos llevan mucha ventaja desde el siglo XIX. Habían llegado a un mundo nuevo, “sin historia”, donde no había nada que conservar y todo estaba por hacer. Su único objetivo y el único sentido que los vertebraba era hacer dinero, acumular bienes, ganar posiciones en la escala social y conseguir un estatus que les proporcionara “su lugar en el mundo”. Ahí continúan. Son los más ricos, los más guapos, los más poderosos y los que nos marcan el camino a todos los demás.
El Homo sapiens ha quedado reducido a Homo oeconomicus. Y este Homo de la era digital no está nada interesado en saber quién fue Tales de Mileto, ni Lao Tse. No le interesan ni Leonardo ni Miguel Ángel si no es para comerciar con sus obras y buscar dividendos. No le interesa la historia de Colón o la de Napoleón si no es para manipularla y colorearla a su favor.
Un tranquilo paseo por el pinar te susurra cuál es tu lugar en el mundo. El río corre, las estaciones pasan, aparecen y desaparecen flores, todo cambia para volver a ser lo mismo. ¿Acaso queremos estar al margen del ciclo de la vida? Vuelve otro invierno, pero no es igual que el anterior. Los verdes, los humedales, el viento…ya son otros. Algunos árboles cayeron y hay otros nuevos. ¿Acaso nosotros somos distintos? La Naturaleza, como una vieja muralla, son maestras que ofrecen gratis sus enseñanzas. Solo hay que escucharlas.
