Era muy joven cuando ya me gustaban las conferencias que se daban en la UNIVERSIDAD POPULAR DE SEGOVIA. Éstas, los libros heredados de mi padre y abuelo paterno y el cine, fueron mis primeros pasos en el acceso a la CULTURA. Dejo a la enseñanza primaria como un recuerdo entrañable.
Por los años cincuenta del siglo pasado, tenían lugar en Segovia unos cursos de verano para extranjeros auspiciados por la Universidad Popular y con un notable predicamento. Acudíamos también jóvenes segovianos en calidad de “adheridos” como complemento de este alumnado internacional y en aras de una confraternización con nativos.
En la preceptiva excursión a Ávila, otras eran a Madrid, El Escorial, la ruta de los castillos segovianos…don Juan de Contreras nos dijo que vivía en un museo y que esto le condicionaba.
Pensé que en su casa-palacio habría obras de arte de reconocido mérito. (1) Y también en los que podrían vivir en circunstancias semejantes y salvando las distancias, como podría ser mí caso.
Dando un salto en el tiempo, recuerdo cierta visita a un matrimonio amigo. Se trataba del matrimonio Remacha-Gaona, muy conocido en Segovia. Nos había invitado a cenar a mi esposa y a mí. Al llegar a la casa, Rosa, la anfitriona, nos dijo al recibirnos que habría que entrar de rodillas por la cantidad de motivos religiosos que colgaban de las paredes.
Un museo es, pues, un lugar donde se conservan colecciones de objetos artísticos o científicos. En mi vivienda hay un poco de todo y con más valor emocional que crematístico. Vamos, que se trata de colecciones modestas.
En 2011 el MUSEO RODERA ROBLES, de Segovia, quiso que los segovianos tuvieran la oportunidad de ver parte de estos fondos. La exposición denominada GREGORIO ARNANZ RODRÍGUEZ, ceramista, estuvo abierta de junio a noviembre de aquel año.
Fue una ocasión que muchos amantes de las cosas de Segovia vieron con agrado por sacar a la luz pública obras y objetos recluidos en un espacio doméstico. Y para mí, como comisario de la misma, fue una experiencia inolvidable.
Aquella exposición compuesta por cuadros, dibujos, piezas de cerámica y objetos diversos relacionados con este dibujante de la fábrica de loza LA SEGOVIANA, se repartió por las dos salas temporales del citado museo. Y me pareció mentira que todo aquello fuera testigo mudo de mi vida diaria.
Y aquí viene lo de vivir en un museo y las posibles consecuencias a las que don Juan de Contreras aludía en Ávila.
Evidentemente un servidor ha vivido siempre en un museo. Modesto, eso sí ya lo he dicho, pero entrañable. Así lo ha entendido siempre la familia. Incluso a los niños que les llamaba más la atención las paredes vacías de las casas de los amigos que visitaban.
Vieron también normal ciertas restricciones en cuanto al comportamiento requerido porque al no conocer otra cosa, era lo que había. Como la praxis del mantenimiento: Adecuar persianas y cortinas en balcones y ventanas para que el sol no dañara cuadros y objetos.
La cosa se complicaba en mi caso por la existencia de seis niños y luego algún que otro nieto. Reducir la movilidad de un grupo tan numeroso no fue cosa fácil. Pero se consiguió a base de implantar normas adecuadas.
Cierto es que siempre se dispuso de una habitación llamada “leonera” donde se permitía una cierta relajación. Fuera de aquí había que comportarse de otra manera.
La limpieza es otro capítulo importante. Hay que hacerla con sumo cuidado para evitar roturas en las piezas.
Y en cuanto a la temperatura, también hay que evitar en lo posible los extremos, principalmente por la pintura al óleo.
Todo esto principalmente en cuanto a lo que se puede considerar el modus vivendi de la cotidianeidad.
Pero todo este material tiene una vida particular. Cada cuadro o cada pieza, conlleva una historia, a veces conocida, a veces no. Historia que pugna por aparecer cuando se contempla detenidamente.
Un museo, aunque sea modesto, es un caleidoscopio inabarcable que permite navegar ilimitadamente por un internet imaginario. Podría decir muchas cosas más pero no hay espacio para ello. Espero haber ofrecido una cierta idea sobre este particular modo de vida.
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(1) No conocía entonces la donación al cabildo catedralicio segoviano del Cristo de la agonía, de Pereira, llamado comúnmente Cristo de Lozoya.
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Carlos Arnanz Ruiz es Académico Honorario de San Quirce.
