El pasado martes 4 de julio, el patio de la casa de Andrés Laguna se llenó con los sueños soñados (otra forma de hablar de las ficciones leídas o escuchadas) por Virginia Imaz, pues, precisamente, los sueños fueron el hilo conductor de una velada variada que permitió degustar cuentos de aquí y de allá, tradicionales y de autor, trufados y adaptados hasta encajar como anillos en los dedos de la narradora vasca. Y entre sus dedos estuvo el público atrapado durante casi una hora y media, pues Imaz estaba feliz contando y quería contar historia tras historia, mostrar todas las posibles de las que traía, pues de todas se podía sacar algo especial, ya fuese risa o una pequeña lección de vida -a veces desglosada por la propia narradora-. En cualquier caso, por ese afán de mostrar la mercancía, la sesión se hizo un poco larga, sobre todo, para el público de Segovia que ya tiene hecha la oreja a la hora, hora y poco. Tal vez por eso, los minutos finales fueron un tanto difíciles de seguir, por eso y por el ruido que corría por el vecindario huido de alguna casa acalorada y que no permitía escuchar con nitidez las palabras de la contadora.
Y con todo, no son las palabras el mayor recurso de Virginia Imaz a la hora de contar, no necesita tanto de su precisión léxica porque tiene sus palabras corporales y su ritmo propio de narradora antigua, primordial y atávica que tira de las palabras como si las estuviese acarreando desde una profunda sima para subirlas a las superficie del aquí y el ahora; llenando escenario, ojo y oído como si ella misma creciese con cada postura, con cada movimiento de sus brazo, con cada gesto de su rostro… así, no hay quien pueda escapar de su narración. Lo más asombroso, quizás sea, la seriedad al contar de Virginia Imaz que no deja escapar ni una sonrisa -algo tendrá que ver con sus quehaceres de clown- y que contrasta con lo que cuenta, tendente a lo sugerente y a lo desternillante. Esto permite un distanciamiento entre historia y narradora que obliga a los escuchadores a completar el texto pero, además, es en esa distancia donde habita la ironía que multiplica el efecto cómico de lo narrado.
Lástima que durante algunos segundos de la contada del martes la narradora se extendiera en algunas explicaciones o consultara su repertorio en el móvil rompiéndose durante algunos segundo ese estado mágico que es el acto de contar y de escuchar, aunque, por fortuna, rápidamente el vínculo se reestablecía como si nada y, así, por el patio más mágico de la judería desfilaron muy distintos personajes: la abuela soñadora profesional, Ama-Lurra (madre tierra) pariendo a la luna y al sol, los dos jóvenes africanos que camuflan los ronquidos a golpe de tambor, Cedric de Helm, el joven que sólo heredó un pollo y la novicia, el propio padre de Imaz o la abuela que despierta la curiosidad de las semillas para que broten pronto y con ganas. Personajes de Nicolás Troshinski, Solomon Simon o Eduardo Galeano entre otros, así como de la mitología vasca, de la tradición camerunesa o de la propia imaginación de la narradora para una noche de pura narración donde los sueños fueron cuentos y los cuentos… mucho más que cuentos.
Hoy el festival recibe a Ángeles Goas quien, en su primera actuación en Segovia, ofrecerá historias de sabor gallego partiendo de la premisa de que “un cuento también es una obra de arte”.
