Decía la filósofa y escritora Marifé Santiago, en el arranque del primer Encuentro con mujeres que transforman el mundo, que cuando no se tiene un espejo en el que mirarse, es difícil conseguir una imagen de uno mismo. En esa búsqueda de ejemplos, de espejos en los que reflejarse, el Encuentro se cerró ayer con dos mujeres en las que mirarse, la activista egipcia Nawal El Saadawi y la canadiense Ginny Shrivastava, que lleva más de dos décadas trabajando en favor de las viudas indias.
La feminista egipcia Nawal El Saadawi, una revolucionaria de 80 años que considera perfectamente lógico ir volviéndose más radical con los años, “porque cuanto más viejos somos, más sabemos”, llevaba desde los diez años soñando con la revolución y ha tenido que esperar setenta para vivirla en su país, en los días en que los egipcios tomaron la plaza de la Libertad y consiguieron echar del poder a Mubarak.
“Vivimos en un mundo dominado por un sistema injusto, injusto con los pobres, injusto con las mujeres…, pero no hacemos la revolución porque tenemos miedo; vivimos rodeados de miedos, vivimos con miedo y morimos con miedo”, explicó en conversación con la periodista Georgina Higueras, para añadir que en su caso, el miedo terminó cuando sus ideas la llevaron a la cárcel: “cuando conoces de verdad lo que tanto miedo te daba, se acaba el miedo”, aseguró.
No está segura de que la revolución egipcia, que vivió en la calle desde el primer día hasta el último, haya servido para acabar con el miedo en su país, pero sí tiene claro que “nos ha liberado de muchos miedos; a mi me ha cambiado, soy más valiente”. “En aquellos días vivimos juntos, todas las diferencias desaparecieron; la revolución sacó lo mejor de cada uno de nosotros y todos estábamos juntos, hombres y mujeres, cristianos y musulmanes”, describió.
Para El Saadawi hay además una diferencia clara entre los hechos de Egipto y los que se están registrando en Yemen o en Libia. “En Egipto la revolución la hicieron hombres y mujeres, y en Yemen o en Libia no hay mujeres y la revolución es más violenta; las mujeres obligan a que las revoluciones sean pacíficas, porque ellas son más pacíficas que los hombres”.
Nawal El Saadawi ve los aspectos negativos y recuerda que las nuevas instituciones han intentado dejar de lado a las mujeres, algo que ellas no están dispuestas a tolerar. Sin embargo, su mayor miedo no es una deriva islamista de la revolución, que deje fuera a la mujer, como sucedió en Irán, sino la intervención de Estados Unidos y las potencias extranjeras. “A Estados Unidos le asusta una revolución secular, que pueda tomar medidas en lo económico, pues una revolución religiosa se dedica a hablar de Dios y no a nacionalizar el petróleo”.
Para El Saadawi, que a causa de sus ideas ha conocido la cárcel y el exilio y ha estado amenazada de muerte, eso es precisamente lo que está pasando en Libia, como ya sucedió en Irak, o como puede pasar en Egipto, “porque aunque no tenemos petróleo somos un país estratégico en la zona”, aclaró. “La revolución egipcia tiene los ojos bien abiertos, porque hemos aprendido de experiencias como la de Irán”, aseguró.
Por su parte Ginny Shrivastava, cuya labor en pro de los derechos de las mujeres viudas en la India le valió ser candidata al Premio Nobel de la Paz en 2005, aseguró, durante la entrevista que mantuvo ayer con Alicia Gómez Montano, directora de Informe Semanal, que las mujeres “tienen que movilizar su propia fuerza” si quieren mejorar su situación personal y la del resto de mujeres, y así transformar el mundo.
Casada en 1970 con un indio de religión hindú, compañero en un master de la Universidad de Toronto, Shrivastava se trasladó a la región de Rajastán en los primeros años 70. A mediados de esa década comenzó a trabajar en temas de mujeres y fue un informe sobre la situación de las viudas en el medio rural indio lo que la decidió a centrar su esfuerzo en este colectivo.
Por aquel entonces, la religión hindú aún conservaba el sati, antigua tradición por la que las viudas se inmolaban lanzándose a la pira funeraria de su marido, práctica prohibida en los años 80. No obstante, hoy en día muchas viudas son rechazadas por su familia política y su familia natural y viven en la indigencia.
De hecho, se calcula que en la India hay 40 millones de viudas, y la mitad carecen prácticamente de medios para subsistir. Según explicó Shrivastava, las tasas de analfabetismo entre las mujeres son muy elevadas, lo que complica su acceso a la administración, y los cálculos señalan que solo el once por ciento de las viudas con derecho a pensión acceden a ella.
La asociación de Shrivastava, Mujeres Fuertes Solas (ASWA en sus siglas inglesas), que agrupa a casi 30.000 mujeres, el 75 por ciento viudas y el resto mujeres abandonadas por sus maridos, en seis estados indios, apuesta por que las propias mujeres se apoyen entre sí y, de manera colectiva, puedan influir en el Gobierno. De hecho, han conseguido mejoras en las pensiones, en la educación y la sanidad de los hijos de las viudas.
También están logrando que, poco a poco, cambie la forma de ser vistas por la sociedad. “Estas mujeres han comenzado a usar saris de colores como rebelión frente al blanco (el color del luto en India), a asistir a fiestas familiares, que les estaba vetado… y en un porcentaje muy pequeño, en el caso de mujeres jóvenes, incluso vuelven a casarse”, algo impensable en la tradición hindú.
