Permitidme, queridos amigos lectores, que haga la siguiente afirmación. Parafraseando con el máximo respeto la Constitución de 1812 me atrevo a decir que la provincia de Segovia es la reunión de los segovianos que viven dentro y fuera de ella. El gentilicio ha de entenderse como la suma de todas aquellas personas que, de manera sincrónica en cualquier lugar, tienen un sentimiento de pertenencia a esta tierra por múltiples razones que van desde la ascendencia familiar hasta la nueva acogida. Este marco sirve de gran pórtico al texto que con motivo del Día de la Provincia quiero compartir con todas las personas que, con orgullo, pregonamos que somos de Segovia.
El autoproclamarse como segoviana o segoviano se relaciona directa e inexorablemente con unos referentes, unos parámetros, que nos identifican. Unas coordenadas que responden a rasgos específicos aceptados socialmente, entendidos como forma aprendida de conducta, de comportamiento, de pensamiento; y que se materializan y se estructuran en distintos elementos patrimoniales, hábitos y modelos de vida. Estas expresiones, realizadas por las distintas comunidades sociales, se encuentran en constante interacción con el contexto geográfico, socio-histórico, económico, artístico…
EL CONCEPTO DE PATRIA. SEGOVIA FÍSICA Y METAFÍSICA. Tomo con actitud reverencial en tan solemne día como este 30 de mayo el legado de Gabriel María Vergara, Ignacio Carral, Agapito Marazuela, Pablo de Andrés Cobos, Celso Arévalo Carretero, el Marqués de Lozoya Juan de Contreras, Luciano Municio Gómez, Isidoro Tejero Cobos, Manuel González Herrero… y tantas otras personalidades preclaras. Dios me ampare, créanme, de igualarles. Sería un atrevimiento por mi parte. Simplemente, tómenlo como las palabras de un segoviano más. Concretamente, del pueblo de Caballar.
Más allá de la utilización nacionalista propia del siglo XIX, la idea de “patria” hunde sus raíces en el Derecho Romano y su traducción resumida sería algo así como el terreno donde una persona nace. Ya les he anunciado la amplitud que tengo hacia la idea del “segoviano” del siglo XXI; por tanto, el concepto de esa patria crece más allá de estos predios y acoge a todos los que sienten a esta tierra como suya.
Quisiera traerles al caso un ejemplo. En la segunda impresión de la Historia de la Insigne Ciudad de Segovia de Diego de Colmenares se menciona al jesuita Francisco Buenavista, de “nación español y patria segoviana”. Posiblemente el mapa que el geógrafo y cartógrafo madrileño Tomás López de Vargas Machuca confeccionó en 1783 sea uno de los últimos documentos de la gran provincia de Segovia previa a la reforma efectuada durante la regencia de María Cristina de Borbón. Las Comunidades de Íscar, Aza, Montejo, Maderuelo, Fresno de Cantespino, Sepúlveda, Fuentidueña, Pedraza, Coca, Cuéllar, Segovia y Ayllón (extendiendo sus dominios estas dos últimas jurisdicciones hasta las puertas, como quien dice, de la Corte madrileña o la histórica villa alcarreña de Atienza), junto con los señoríos feudales de la nobleza y la Iglesia, formaron una de las ententes más importantes de la Península Ibérica cuya fuerza estribaba en la siembra de cereal, el comercio de la lana y su situación estratégica junto a Madrid. Esas fronteras impuestas a partir de 1833 en base a la reforma del Secretario de Estado Javier de Burgos son, tristemente, eso: líneas cartográficas. Pues bien. Tras casi doscientos años de la escisión que dio como resultado la actual distribución provincial de España, amigos de esas Comunidades que fueron divididas de la empresa provincial se sienten unidos, hermanados como siempre fue, con Segovia. Porque recordad: no había linde separadora y todo era riqueza y aprovechamiento comunal, en base al reconocimiento que la Historia y la sociedad dieron a esas administraciones de origen medieval.
LO POPULAR COMO IDENTIDAD. Son múltiples las expresiones que, con mayor o menor calado histórico, pueden suscitar ese sentimiento de pertenencia en un grupo social. Yo tomaré la idea de Juan de Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya. En uno de sus artículos para la revista Cultura Segoviana desarrolla la idea orteguiana de la “España Invertebrada”. En él atribuye a la creación popular como sujeto propiciatorio del arte en su conjunto que de manera espontánea, “pero siguiendo las directrices de cada época y de cada estilo, ha creado esta maravilla única, que es Segovia”.
No seré yo quien en este punto del discurso desdiga al Marqués. Por su fragilidad y volatilidad, quisiera centrarme en esos vestigios que la tradición ha legado. Como se puede extraer de cualquier análisis del patrimonio cultural, tienen unos usos y funciones determinados, unos simbolismos, unas actitudes y unos valores; y se construyen en base a los procesos de cambio, aculturación, hibridación… en una necesidad constante de adaptación dando la respuesta vital necesaria a los seres humanos de todo tiempo y/o lugar.
Un legado cultural repartido por todo el territorio provincial, ciudad y pueblos, que está compuesto por una vastísima colección que abarca rogativas, romerías y fiestas; las ofrendas votivas; la literatura —romances, retahílas, refranes, cuentos, historias…—; la lingüística, con vocablos locales y jergas; las construcciones, y con ellas, las técnicas que las posibilitaron. También, por supuesto, la indumentaria popular; la gastronomía o la comensalidad festiva con sus refrescos o “colaciones”; el aprovechamiento tradicional de tierra en el “suelo y vuelo” y el del agua; ritos y rituales religiosos o paganos, oficios (y su conocimiento anejo), o todo el folklore musical y coreográfico. Sirvan estos ejemplos de muestra para observar el poso de la Segovia preindustrial que todavía se mantiene a duras penas sin diluirse en el coctel de la posmodernidad. Estas manifestaciones conservadas en la provincia son las que, realmente, nos distinguen: son la identidad segoviana. Esas muestras que, sin lugar a dudas, hacen que no seamos un número más dentro de este sistema globalizado llamado “mundo”. Su pérdida sería olvidar esa memoria, esa “vida tan puta” a la que se refieren los mayores en algunas ocasiones debido a las penalidades que la gran mayoría de ellos pasaron. Con esa actitud, desechamos la trascendencia que radica en cada una de las expresiones que nos ancla al pasado como comunidad social con genio propio. Hemos de cambiar la perspectiva: lo que hace unos años era considerado “viejo”, ahora debemos valorarlo como antiguo y ha de conservarse y protegerse, y porque no, enorgullecerse de tenerlo como cultura.
Observo cansado cómo las programaciones culturales de muchos pueblos tienen, entre sus actos, eventos que en nada tienen que ver con las costumbres y tradiciones propias de la tierra (véase el caso de las “ferias de abril”, entre otros muchos). Tristemente, los modelos exógenos de referencia para nuestra sociedad no se imbrican como en otro tiempo con las prácticas nativas a través de procesos de cambio de más o menos larga duración; más bien, al contrario: se opta por la denostación, destrucción y olvido de lo propio. Ojalá no llegue el día en que, siguiendo al escritor y fraile cántabro Fray Antonio de Guevara, lamentemos “aquella postrera hora, en la que querríamos entonces haber sido, no emperadores, sino pastores”.
Igualmente, con cierta envidia, contemplo (y seguro que muchos de ustedes también) cómo en otras regiones los folklorismos y procesos de folklorización han sido capaces de generar identidad. En Segovia no es necesario acudir a ese tipo de prácticas en las que nada tiene ver lo que hoy se recrea en escenarios y otros foros con lo que en realidad es el patrimonio tradicional. Gracias a la labor emprendida por el Instituto de la Cultura Tradicional Segoviana de la Diputación se ha establecido una forma de actuar en base a las distintas áreas del conocimiento. No es necesario inventar los elementos patrimoniales. La senda está emprendida: publicaciones, campañas de recogida, becas de investigación, etc. son el camino para tener claro de dónde procede ese modelo cultural propio. Después, ya habrá tiempo para recrearlo o mantenerlo fósil. Todo ello, siempre con respeto y llamando a las cosas por su nombre.
Finalmente, no hay nada que hacer si tomamos una actitud plañidera, lastimera, quejosa. El espíritu está dormido, no muerto; el sentimiento está latente, no desaparecido. Dicho en otras palabras: hay que creérselo. Es tiempo de palabras y de hechos; activando, si es necesario, el mecanismo primario de defensa para luchar por todo lo que nos une. Los derechos se conquistan, y para ello es necesario retomar el pulso común. Sin identidad, somos piltrafa movida por el viento (ni siquiera hoja caduca caída como anticipo del invierno). Necesitamos partir de ese espíritu colectivo, de esa fuerza interior. Posteriormente, con ese ímpetu, se podrá realizar una puesta en valor de todo nuestro potencial en base a esa idea global de Segovia. Solo de esa manera, con trabajo en bloque y conciencia común, podremos hacer cosas grandes por esta tierra. Segovia, la patria. Por ella, vencer o morir. Buen día, paisanos.
