Leía recientemente en la Revista “Mía”, que se entrega adjunta a este Diario, un artículo titulado “¿Por qué siento vergüenza ajena?”, en el que Inma Coca se pregunta, y responde, por qué ante alguna situación ajena que consideramos ridícula sentimos vergüenza, poniéndonos en el lugar del actor, que no sólo no siente rubor viéndose ridículo, sino que puede pensarse protagonista y exitoso.
Con tal intensidad podemos ponernos en lugar del otro, que llegamos a sonrojarnos o sentir el rubor como si fuésemos los actores de la grotesca situación. Nuestro sistema nervioso se activa, se produce adrenalina, y se dilatan nuestros vasos sanguíneos, porque por empatía nos ponemos en lugar del otro y sentimos el bochorno como propio.
Yo particularmente tengo la facultad, positiva o incómoda, de ponerme fácilmente en la piel del otro, de forma que me emociono con su éxito, fracaso, alegría o duelo, que parece que soy yo a quien han de dar felicitaciones o pésames.
Pone la autora del artículo ejemplos de vergüenza ajena en la vida cotidiana, viendo como una de las más frecuentes la de los adolescentes ante el obrar de sus papás y abuelitos. Yo, besucón por naturaleza, sabiendo de esta forma de pensar, procuro guardar para casa esta espontanea manifestación afectiva y no hacerles pasar tal vergüenza ajena.
Particularmente paso mal rato, tengo vergüenza ajena, ante esos mayores que van de público a programas de televisión, y quieren ser más protagonistas que los concursantes, haciendo tan tamaño ridículo, que me pregunto si no tendrán familiares que los aconsejen más moderada actuación; o viendo al graciosillo, que no al de personalidad de por sí arrolladora y atractiva, que cuenta chistes que hay que hacerse cosquillas para reír, y que se cree que ríen con él cuando lo real es que se cachondean de él, y le hacen que siga actuando como un mono de feria; recuerdo a un aspirante a profesor de Educación Física algo mayor, al que examinábamos y habiendo de presentar una unidad didáctica hacía unos movimientos, giros y saltos que más parecía que pretendía hacer reír que exponer una clase de actividad física, y yo al tiempo que sentía el sentimiento de su fracaso al conocer el resultado, reprimía mi carcajada, y sufría el ridículo que yo apreciaba y que seguramente él pensaba meritoria presentación; me producen vergüenza ajena esos maduros, y aun ancianos, que pretenden pasar por jovencitos, bailando “académicamente” o haciendo movimientos y contorsiones epilépticos que les producen dolores de lumbago, así como a los jovencitos que quieren hacerse mayores aceleradamente, para lo que beben cervezas o licores que les dan nauseas, o fuman cigarrillos que les hacen toser como ancianos bronquíticos…
Paso vergüenza ajena viendo a personas a las que se supone, o debería suponerse, personalidad, dignidad, pundonor, sentido de la verdad y la justicia
Pero estos casos son de leve rubor, a mí lo que me produce seria vergüenza ajena es la actuación de gran parte de nuestros políticos que por mantenerse en el poder son capaces de, en breve tiempo, decir y hacer diego donde dijeron digo, desdecirse con la mayor desfachatez, o querer hacer ver blanco lo negro, o virtud en el fraude, mérito en la falsedad, como si lo anterior fuese lo que el viento se llevó, no viendo o no queriendo ver que hoy las hemerotecas son el mejor notario de sus palabras y hechos pasados, que la prensa escrita es el acusador al que no se puede acallar o refutar. Paso vergüenza ajena viendo a personas a las que se supone, o debería suponerse, personalidad, dignidad, pundonor, sentido de la verdad y la justicia, se comen lo anterior o dan explicaciones a su indigno obrar que parecen pinocho, y pensamos en su larguísimo apéndice nasal si el cuento tomase vida. Hacen más equilibrios de palabra y hecho para mantenerse en la silla que primerizos pretendientes a funambulistas.
A veces pienso ¿se creerán que nos creemos sus explicaciones, promesas y actuaciones, o sabiendo que no los creemos siguen como en el dicho popular “échame pan y llámame can”? En cualquier caso paso vergüenza ajena por sus vergonzantes equilibrios para no apearse del sillón político; serán ricos en poder y dinero, pero no dejan de ser pobres de espíritu y diana de mofas y odios, muy lejos de la admiración y el afecto de la ciudadanía.
