Antes de que Beth Harmon acaparase nuestras pantallas, ni de que las hermanas Pólgar provocaran una revolución a finales de los 80, Vera Menchik marcó un antes y un después en el mundo de las 64 casillas.
Hasta su aparición, el ambiente de elite y su práctica estaba completamente vedado a la participación femenina. Vera tiene su primer contacto con el juego a través de su padre, Frantisek, quien durante un viaje en tren a Praga en plena Primera Guerra Mundial le inculca los rudimentos del juego.
Instalada en Hasting acude al Club de Ajedrez local, en este entorno y sin apenas conocimiento del idioma de su país de acogida desarrolla sus habilidades y destaca por encima de la media, tanto es así que el afamado maestro húngaro Geza Maroczy decide convertirla en su pupila.
Los triunfos no tardan en llegar y da su primer golpe en el tablero en 1926, triunfando en el Open Británico. En 1927 gana el primer mundial femenino de la historia, que suponía la friolera de 25 dólares de premio, cuando en el match por el campeonato del mundo entre Capablanca y Alekhine había una bolsa en juego de diez mil dólares.
Pese a sus éxitos en torneos de gran reputación, Vera no deja de ser discriminada por sus oponentes masculinos, incluso el jugador alemán Albert Becker propone la creación del ‘Club Vera Menchik‘, en donde se inscribieran los derrotados por ella, dando fe de que sería la entidad con menos afiliados del mundo. Por desgracia para este último fue esclavo de su propia soberbia y pasó a ser uno de los primeros socios del Club de Vera.
Lamentablemente su trayectoria se vio truncada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, falleciendo junto con su familia el 27 de junio de 1944, cuando su casa de Kent fue alcanzada por una bomba V2 nazi.
Gracias a la perseverancia y esfuerzo de Vera se consiguió poner en el mapa el ajedrez femenino y así abrir el camino a las siguientes generaciones de jugadoras.
