Seguro que a lo largo de su dilatada carrera deportiva, en la que estuvo en la élite del balonmano mundial durante muchos años, Iñaki Urdangarín saboreó grandes victorias -medallas de bronce en las Olimpiadas de Atenas y Sydney con la selección española y Copas de Europa y Ligas con el Barça-, pero también amargas derrotas, de esas que tardan muchos años en curarse. Ayer, el Duque de Palma era el retrato fiel de una de éstas, y eso que fue valiente al dirigirse en su particular calvario -fue acompañado con su cruz por su abogado en una empinada cuesta abajo que le llevaba a los juzgados, todo un símbolo- hacia los periodistas, muchos de los cuales le habían estado crucificando durante meses. Igual por eso mismo les dio a todos los informadores las gracias hasta dos veces.
Ya no había comunicados que valieran como los que había emitido desde que estallará el escándalo. Tenía que da la cara y la dio. Así, con una inquietante tranquilidad, el Duque de Palma sostuvo que acude a declarar ante el juez para «aclarar la verdad de los hechos» que se le imputan y a defender su «honor», su «inocencia» y su «actividad profesional».
Urdangarín hizo una breve declaración a la prensa tras llegar a los Juzgados de Palma a las 08,50 horas, donde, finalmente, atravesó a pie los poco más de 30 metros que separan la verja del edificio judicial y la entrada, a pesar de que el juez decano de Palma, Francisco Martínez Espinosa, le había autorizado a entrar en vehículo por «estrictas razones de seguridad». Y es que más de 600 personas estaban en los alrededores, muchas de ellas curiosas, aunque la mayoría se dedicó a abuchearle, a insultarle y a emitir proclamas contra la Monarquía y a favor de la República. Las terrazas de los bares cercanos abrieron de forma excepcional e hicieron caja.
Para la memoria quedará el momento en el que El duque se bajó del coche y miró al público y a los periodistas. Está avejentado, con 15 kilos menos, con unas enormes ojeras… La cara de la derrota.
