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Vargas Llosa; desacuerdos de un hombre libre

por Santiago Sanz Sanz
21 de abril de 2025
en Tribuna
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Yo era bastante joven cuando “Pantaleón y las visitadoras” cayó en mis manos y, aunque no era la primera ocasión en la que alguna novela abrió las puertas de la imaginación a las exuberancias del exotismo amazónico, en esta ocasión sucedió a través de los informes y de las epístolas reglamentarias del protagonista.

Como por entonces, yo también vestía uniforme; quieran o no, creí que eso me posicionaba en una perspectiva cercana al personaje, sobre todo al estar familiarizado con el lenguaje de las misivas y los partes oficiales que en un principio podrían parecer ciertamente surrealistas, pero dentro de ese contexto castrense la terminología se percibía con la familiaridad que le daba un aire de verosimilitud a la sátira y una complacencia por mi parte, ciertamente corporativista.

Aunque había otras novelas de su autoría, con esta descubrí a Vargas Llosa y fue la que, en mi caso, vino a ratificar esa impresión positiva y el gusto que tenía por la obra literaria de autores contemporáneos nacionales e hispanoamericanos que venían marcando una línea exitosa y de popularidad desde los setentas. Claro que, personalmente, como les decía, esas referencias eran recién adquiridas; de solo unos meses antes, cuando, siendo todavía alumno del instituto nocturno del “Andrés Laguna”, el profesor de literatura nos sugirió algunas lecturas con carácter lectivo. Gracias, Santonja. Fue el mismo año en el que el colombiano García Márquez, “amigo” de Vargas Llosa, recibió el premio Nobel y el Athletic Club de Bilbao aupó la copa de su séptimo campeonato de liga.

Pues, como les decía, después de aquella novela y por diferentes circunstancias y coincidencias de la vida, fui siguiendo un poco la trayectoria del peruano y sus diferentes facetas además de la literaria que es la más conocida.

Tanto Vargas Llosa como García Márquez coincidieron en la España de la última década del franquismo, viviendo en una Ciudad Condal convertida en la capital de las letras por las grandes editoriales y sobre todo por el trabajo de Carmen Balcells, la mayor y más reconocida de los agentes literarios, que fue capaz de aglutinar en la ciudad a “las plumas en español” más reconocidas. Balcells llegó a representar a lo largo de su carrera a seis premios Nobel de Literatura.

Por entonces, muchos de aquellos intelectuales de pluma ilustre decidieron editar una revista de izquierdas que sería publicada en París y cuyo nombre sería “Libre”, donde, en su primer número, se detalló un dossier completo sobre “el caso Padilla”. Recuerden que Heberto Padilla fue un poeta y catedrático cubano que había sido encarcelado por sus críticas al régimen castrista. Lógicamente, las afirmaciones de la revista no gustarían demasiado en la isla, lo que significó la ruptura, por parte del régimen cubano, con quienes fueron menos tibios en sus manifestaciones y críticas. Incluso llegaron a recibir la reprimenda directa de un enfurecido Castro que acusó a Vargas Llosa y a otros muchos de ser “seudo izquierdistas, liberales o agentes de la CIA”.

Aquella ocasión no sería ni la primera ni la última para el escritor peruano en que sus acertados análisis sociopolíticos le seguirían generando detractores y fuertes críticas. Barcelona, por ejemplo, volvió a ser el marco de una de ellas. Pero no me refiero a aquella ciudad cosmopolita, con tantos y tan distinguidos vecinos a pesar del franquismo y que todavía se reflejaría en la que yo conocí una década más tarde cuando, destinado en Cataluña, pude disfrutar de una ciudad abierta y moderna, adelantada al resto de España y, por supuesto, muy distinta a la actual; más provinciana, con altos índices de inseguridad y sometida a la gestión nacionalista. Exactamente lo que Vargas Llosa vaticinó que pasaría en su aplaudido discurso explicando los riesgos que ciertas ideologías suponían en aquellos aciagos días del “procés”.

Pero la mas comentada de las controversias sucedió en México y no me refiero al puñetazo que Vargas Llosa le propinó a García Márquez, me refiero a lo que años más tarde, en una tertulia en prime time televisivo (disponible en internet y muy recomendable para los españolitos), expuso como, desde su punto de vista, el Partido Revolucionario Institucional, desde su fundación en 1929, había sido capaz de manejar la política mexicana a su antojo sin ninguna oposición, insistiendo en la capacidad del mencionado partido de imponer sistemáticamente su propio criterio político en un contexto democrático que, según él, solo lo era en apariencia, para terminar diciendo “México es la dictadura perfecta”.

Al día siguiente abandonó el país, donde, a día de hoy, su recuerdo no deja a nadie indiferente y donde, café en mano, “su frase lapidaria” seguirá generando tertulias apasionadas o dando título a alguna película de sátira política como un velado homenaje a un hombre siempre libre y sin ningún filtro a la hora de defender la democracia, aunque a algunos les hubiese gustado desterrarlo junto a Pantaleón, al árido altiplano peruano. Pero no.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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