Conocido por su talento precoz y una calidad inusual que le llevó a realizar casi 200 cuadros en menos de 20 años, el arte del joven Van Dyck (1599-1641) llega por primera vez al Museo del Prado. Esta muestra, compuesta por 52 pinturas y 40 dibujos, será inaugurada hoy por la Reina, coincidiendo con la conmemoración del 193 aniversario de la pinacoteca.
Centrada exclusivamente en su obra de juventud, la exposición, patrocinada por la Fundación BBVA, abarca el período comprendido entre 1613, aproximadamente, cuando Van Dyck contaba 14 años de edad, hasta su marcha de Amberes a Italia en octubre de 1621. Durante estos ocho años de producción temprana, el artista había pintado unos 160 cuadros, muchos de ellos obras de gran tamaño y ambición creativa, de los que el Prado posee el conjunto más importante.
Para el director del museo , Miguel Zugaza, Van Dyck fue un «discípulo aventajado» de Rubens y señala que «su obra es un retrato de un artista que se movió entre la emulación al maestro y el carácter propio».
Con todo ello, la muestra refleja en profundidad la carrera del pintor y pone de relevancia que su talento precoz se manifiesta «no solo en la cantidad sino también en la calidad de sus obras», según explica Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca del Prado y comisario del evento junto a Friso Lammertse, conservador del Boijmans van Beuningen Museum de Rotterdam.
«Trabaja de manera sorprendente para ser un chaval, aunque su temprana edad le hace titubear y reafirmar su propia personalidad, de cara al arte de Rubens», explica Vergara, para quien muchos de sus lienzos se pueden encuadrar dentro de las «obras maestras de la pintura barroca».
Según señala Lammertse, poco se conoce de la vida de uno de los artistas «más talentosos» de la Historia. Entre los datos que se conocen, resalta su fecha de nacimiento en 1599, el mismo año en que nació Velázquez. También se sabe que no quería ir al colegio y que su única pasión era dibujar. «A los 18 años controlaba el pincel de manera que muchos soñarían», explica.
En esta misma línea, indica que sus primeras obras eran «muy personales» para acabar con un estilo «demasiado perfecto, incluso podríamos decir relamido», precisa Lammertse.
La exposición, que arranca con un autorretrato fechado hacia 1615, cuenta con notables ejemplos de cómo su talento le permitió crear obras maestras, como El Prendimiento (Museo del Prado) y el San Jerónimo en el desierto (Gemäldegalerie de Dresde).
En cuadros como La entrada de Cristo en Jerusalén (Indianapolis Museum of Art) o La Lamentación (Ashmolean Museum de Oxford), queda reflejada su faceta de pintor experimental, que busca nuevos recursos para aumentar el impacto de sus cuadros.
Al margen de su creación propia, Van Dyck también pintó para Rubens (1577-1640) y fue uno de los primeros artistas en enfrentarse a la abrumadora influencia de aquel, ejemplificada en obras como La coronación de espinas (en la imagen), en la que la aparición de figuras muy próximas al alemán no impide apreciar nítidamente en otras la lucha del joven pintor por definir un estilo.
Van Dyck colaboró con Rubens hasta 1621. Su relación fue paradógica. En su taller, formaba parte de un equipo de pintores que ayudaba al maestro incluyendo elementos en sus cuadros o realizando versiones que luego él retocaba en mayor o menor medida. El germano preparó de tal modo a Van Dyck que llegó un momento en el que el alumno era capaz de imitar a la perfección al maestro.
No obstante, «en toda la producción juvenil de Van Dyck se aprecia una experimentación constante, que se manifiesta en sus frecuentes cambios de estilo y es probable que, al mismo tiempo que trabajaba para Rubens y elaboraba una versión personal del estilo del profesor, fuera desarrollando también una manera de pintar más propia», según señalan desde el Museo del Prado.
