En medio de la dura e inexplicable crisis, dicen que financiera, podemos disfrutar de una nueva propuesta pictórica en las Salas de las Caballerizas de la Obra Social y Cultural de Caja Segovia en el emblemático Torreón de Lozoya en espera de que siga siendo la sede central de una fundación aún rodeada de muchos interrogantes, mientras en el Torreón se continúa apoyando al arte y a los artistas segovianos o aquellos vinculados a la provincia, a sus paisajes y a su inspiración.
Maite Blanco, pintora que expone por vez primera en estas Salas, en estrecho contacto con la naturaleza segoviana desde niña, no ha parado de buscar inspiración en los bosques y parajes naturales de El Espinar, sobre los que ha escrito: «De mil matices de colores, de grises, oro y plata, de soledad, de oscuridad, de niebla, cubiertos de nieve, en bruma, sombríos, en la orilla del río… después de tardes de lluvia, noches de tormenta, de leves sonidos, de dulces aromas… nacen mis bosques».
Nos muestra una ambiciosa exposición, con 60 obras creadas en el último año, con un eje temático centrado en los bosques espinariegos, aunque trascienda con su idea la referencia local. La ambición de la exposición de Maite Blanco queda reflejada especialmente en el título de la misma: Unidad, Totalidad y Esencia.
«Somos madera», decía un viejo proverbio griego. No en vano la madera del bosque se convirtió en sus orígenes en uno de los elementos fundamentales de la concepción más sobresaliente de la realidad en el pensamiento griego, la materia (hylé). Aquello de la materia y la forma nos suena a todos. En diversas culturas el bosque constituía un verdadero santuario natural -el bosque de Dodona en Grecia, el torii en Japón o la montaña coronada por un bosque en China es casi siempre la representación de un templo natural, al que se retiraban los ascetas búdicos -. El bosque encarna la fuerza y el misterio, el poder y la soledad, la angustia y la serenidad, la opresión y la simpatía., símbolo máxime entre los druidas. El temor y la atracción lo convierten en lugar sagrado por excelencia, decía Séneca. Para Jung, en su juego de sombras y luces, desvela la dualidad de las manifestaciones del inconsciente.
El bosque es la totalidad de la unidad árbol, pura esencia de la mayor simbología creada en toda cultura, al decir de M. Eliade. El árbol es el símbolo de vida en perpetua evolución, solemne verticalidad, como el árbol de Leonardo da Vinci. Como pocos seres encarna el sentido cíclico de la naturaleza, que pone en comunicación los tres niveles del cosmos: el subterráneo, en el que hunden sus raíces, la superficie, como tronco asido a tierra firme, y el aire, en el que las hojas y las ramas atrapan la luz. Un árbol integra los cuatro elementos: el agua (savia), la tierra (raíces), el aire (hojas) y el fuego (regeneración).
Tal vez, sean todas estas simbologías y arquetipos los que nutran la pintura de Maite Blanco como reto, inspiración y atracción. Al menos contemplando sus obras se nos vienen a la memoria estas imágenes poderosas del árbol de la vida, de la ciencia, del anhelo, del placer. «Somos árboles», que andan, por eso en la pintura de Maite Blanco no hay humanos, sería redundante.
Pero, como en los Vedas, los árboles en la pintura de Maite Blanco «nos liberan de la angustia».
Otra cosa es que nos empeñemos en buscar contradicciones entre el árbol y el bosque -el árbol que no nos deja ver el bosque, decimos- y peor que nos refugiemos en ellas.
Es esta riqueza simbólica y no tanto botánica la que ancla la obra de Maite Blanco.
Por eso nos muestra sus cuadros en una gran variedad de formatos, queriendo figurar lo grande y lo pequeño, lo vertical y lo horizontal, lo individual y lo genérico. Lo masculino y lo femenino, a la vez, en momentos complementarios.
Los materiales del bosque, hojas, cortezas, raíces, humus, le sirven para expresar y experimentar; carbones, aceites, diluyentes, esmaltes y tintas se suman a la figuración, creando imágenes que se adecuan a la dimensión del soporte, que con frecuencia también es madera, representando así visiones y espacios, tiempos y naturaleza, vida y muerte. Todo y parte. Esencia y ausencia. («Del todo tangible»).
Bellísimas son las ocho cajas recogiendo instantes del bosque, palabras vegetales, vuelos en nidos, refugios de vida.
En sus bosques, señala la propia autora, la oscuridad se convierte en luminosidad y los aceites en veladuras. El aire y la pintura se unen para crear atmósfera, se disuelven y difuminan a través de la espesura de los pigmentos opacos, las bases de grosor plástico y de las texturas («Lo que nace»).
Los árboles dan ritmo a las composiciones, ritmos sinuosos, caminos, y lugares en las brumas, persiguiendo rastros sobre el polvo, sobre la nieve. («Un día blanco»).
La pintura se expande en los bordes del cuadro sin marcos, sin límites, sistema abierto, dando serenidad, esbeltez, profundidad, elegancia. Solemnes perspectivas en contrapicado dan todo el significado («La finalidad de su comienzo» y «Como en su espacio»).
Y, recordando a María Zambrano en Claros del bosque o El árbol de la vida: la sierpe, acercase a los árboles, es percibir el latir de un cuerpo generoso y comprometido, es sentir el temblor de las hojas como palabras. «Dentro del bosque la luz parece revelar el sentido de algunos misterios que perviven ocultos en el silencio del tiempo; de un tiempo sin derrota que ensancha el corazón y va mostrando un claro en la continuidad del pensamiento».
LA ARTISTA
Maite Blanco es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, en esta ciudad dirige actualmente la academia de dibujo y expresión artística ‘Artemixblanco’.
Ha mostrado sus obras en exposiciones individuales, como:
– 2011, Café Te Arte (Madrid).
– 2008, Espacio para el Arte de la Obra Social de Caja Madrid.
– 2005, Galería Garajarte de La Granja de S. Ildefonso (Segovia).
– 2002, Galería El Hontanal (Madrid) y Galería Amaltea (Córdoba).
– 2001, Paradis Restaurant (Madrid).
También ha participado en exposiciones colectivas, entre otras:
– 2003, 2004, 2005, 2006 y 2008, Expoinap, Ministerio de Administraciones Públicas (Madrid).
– 2004, Galería Moravia (Córdoba) y Galería Éboli (Madrid).
– 2002, Sala Kandinsky (Madrid) y Cretamne Internacional de Pintura, Royal Al-Andaluz (Málaga).
– 1998, Exposiciones en la Facultad de Bellas Artes de la UCM (Madrid).