De todas las leyendas del rock patrio que han pasado por Segovia en los últimos años, Ramoncín era de los pocos que todavía no se había dejado caer por la capital. El ciclo ‘Acústicos’ del Juan Bravo hizo posible el reencuentro del veterano rockero con su afición segoviana que, a tenor de la media de edad que podía determinarse por el público asistente, peina (mos) ya alguna que otra cana.
El tiempo pasa, es cierto, y aunque su aspecto parezca negar la evidencia, Ramoncín está a punto de llegar a la sexta decena de su calendario. El que fuera ‘niño terrible’ del rock en los albores de la democracia es ahora un viejo tigre curtido en mil escenarios que no duda en enseñar sus garras como recuerdo de un arrollador pasado que ahora se ha visto arrollado por un presente empeñado en arrinconar a determinados músicos y determinados estilos.
Ramoncín es consciente de ello y, como bien reconoció en su comparecencia ante los medios de comunicación, ahora dedica sus esfuerzos a satisfacer a sus aficionados y dejar en cada concierto abierto el tarro de las esencias que le sitúan por derecho propio en un lugar de privilegio en la historia del rock en castellano.
Aunque hubo un tiempo en el que decidió discurrir por otros caminos que eligió, lo cierto es que antes de presentador, tertuliano o polemista, Ramoncín es músico, y un buen músico que en su día supo entender la pujanza del rock como medio de expresión. El concierto que ofreció en la noche del viernes fue buena prueba de su pasión por un género que conoce y domina a la perfección.
Así, el concierto recorrió todo el amplio currículo musical del cantante, con éxitos como «Rocanrol dudua», «Putney brigde», «Como un susurro», «Al límite» o «Hormigón, mujeres y alcohol», todo un himno generacional de la incipiente rebeldía de una sociedad que en sus inicios como músico comenzaba a cuestionar todo lo establecido.
El concierto muestra también la evolución de un cantante fiel a su estilo, pero con concesiones a la galería que quizá pueden ser prescindibles. Aunque reniegue del “establishment” de la música hecha para el consumo, también sabe y emplea legítimamente los trucos de la industria para vender, porque tan importante es llegar como mantenerse.
Pocos peros pueden ponerse a un concierto que durante casi dos horas y media dio pocos respiros a una afición entregada que superó la cuarta pared del teatro Juan Bravo para saltar y corear las canciones de Ramoncín. El cantante estuvo arropado por una banda solvente y disciplinada, conscientes todos ellos de que su trabajo es hacer afición por encima de lucimientos personales. El resultado, el apetecido por los que estaban encima del escenario y en el patio de butacas. No se puede pedir mas… quizá tampoco se debe.