Nos situamos en el último tercio del siglo XIX. Mi abuelo Zacarías Salcedo Álvarez, hijo póstumo, nacido en Marugán (Segovia) el lunes 30 de octubre de 1876, fue espoliado de su herencia por gente sin escrúpulos, es decir de todos sus bienes que no debían ser excesivamente cuantiosos: unas tierras y una yunta de mula y buey y algún ganado. Siendo niño ejerció de ‘rey’, que así llamaban a los pastores, ejerciendo de porquero de su propio ganado pero ya perteneciente a quien se lo usurpó. Hartos de pasar miserias en el pueblo, Zacarías y su madre, Magdalena Álvarez, emigraron a la capital Segovia el día de San Juan (24 de junio de 1894) precisamente subidos al carro del lechero del pueblo que traía ese producto a la capital. Tenía entonces 17 años. De entrada se instalaron en la calle de los Desamparados número 11, que por circunstancias de la vida fue allí donde siempre residió.
Con lo poco que asistió a la escuela, malamente sabía leer, escribir y dos reglas, ya que multiplicar y dividir es de suponer que no supiera, fue admitido como aprendiz de carpintero para trabajar en el convento de San Francisco que entonces estaba en obras para adaptarle a las necesidades de la Academia de Artillería ya que su sede, que había sido el Alcázar de Segovia, en la mañana del 6 de marzo de 1862 se declaró un incendio que en tan sólo dos horas redujo a ruinas uno de los símbolos de Segovia.
Su madre Magdalena (mi bisabuela) se dedicó a fregar suelos y escaleras, y así con esta escueta soldada comenzaron su humilde vida en la capital.
Posteriormente se colocó en la tienda de muebles y ferretería de Reola sucesor de Casa Sessé situada en un viejo edificio donde hoy está situado el Edificio Sirenas. Don Vicente Alcón (abuelo de Carlos Alcón, antiguo discípulo mío), que era el propietario, le ofreció quedarse con el traspaso de la tienda en unas condiciones económicas inmejorables, pero mi abuelo no aceptó por temor a no poderle pagar el importe de los plazos en un próximo futuro.
Al verse en la calle sin oficio ni beneficio y ya con muchas amistades, se estableció de carpintero en el mismo edificio de su residencia y allí se fue defendiendo haciendo pequeños trabajos -todavía quedarán cómodas y banquetas rudimentarias en esos pueblos de Dios elaboradas por mi abuelo-, arreglos, entre ellos la reparación de tapas de retrete y chapuzas. Por cierto que mi padre que era autodidacta, allí aprendió los rudimentos del oficio de ebanista. Posteriormente adquirió en alquiler, la minúscula tienda de venta de pan que al cabo de cierto tiempo transformó en la de confección y venta de Cuadros, sito en la calle Isabel la Católica, 4 (antigua Cintería), tienda que ha perdurado más de cien años heredada por su hijo Andrés y después por su nieto también llamado Andrés felizmente viviente y jubilado.
Contrae matrimonio en el año 1902 con Victoria Gozalo (mi abuela) y esta unión fue muy prolífica, cada año nacía un nuevo vástago hasta seis hijos.
Tenía mi abuelo unos primos carnales potentados que eran los hermanos don Pedro y doña Margarita Salcedo, solteros recalcitrantes y sin hijos herederos directos que a su vez eran los descendientes de Antonio Salcedo (que con su hermano Manuel fueron una familia de pañeros de las más ricas de Segovia en el siglo XVII) dueños, entonces, del hoy Palacio Episcopal llamado Casa de los Salcedo (Plaza de San Esteban), con los que mi abuelo se relacionaba viéndose de vez en cuando, siempre con cierta distancia dada la diferencia de posición económica y social. Don Pedro murió y todos los bienes recayeron a la propiedad de su hermana doña Margarita. Entre otros bienes tenían la finca del Terminillo (La lastrilla), donde residían los criados que atendían las labores agrícolas de cereales, de vides, (el vino del Terminillo tuvo en su época una gran fama y hay poesías que lo elogian y que el mesonero Cándido López recitaba con mucho entusiasmo a sus comensales), árboles frutales y el ganado, distintos edificios en la calle Real y más fincas rurales y urbanas diseminadas por la provincia. Además eran propietarios de un coche de caballos que les servía de desplazamientos para visitar sus numerosas propiedades.
Todavía quedan en el Terminillo, algunos edificios ruinosos donde el personal se alojaba, se guardaba el ganado y se cobijaban las cosechas y los aperos de labranza.
Resulta que esta tal doña Margarita, más de 20 años mayor que Zacarías, era muy piadosa por lo que se ofreció a mi abuelo a testar a su favor de todos sus bienes (que eran abundantes) con una condición, que algún vástago de su numerosa prole profesara en la religión haciéndose sacerdote o monja.
A mi abuelo le pareció de perlas la proposición y como tenía dos hijas jóvenes, llamadas Natividad y María Salcedo Gozalo, las convenció y ambas ingresaron en el Convento de las Concepcionistas para profesar de monjas. Las cosas parece que iban bien, pero a la semana de su ingreso se presentaron en la casa paterna diciendo que ellas no volvían al convento y que no quería saber nada del asunto.
Todavía mi abuelo lo intentó con su hijo Andrés, pero este carente de vocación religiosa rehusó el ofrecimiento de ser sacerdote, así que todo el gozo de mi abuelo cayó en un pozo.
Consecuencia: que la prima Margarita testó a favor del Obispado y al morir pasaron todos sus bienes, entre ellos el Terminillo, a manos eclesiásticas.
Y así consta en dos retratos debidamente enmarcados que están colgados en lugar prominente del obispado, donde figuran doña Margarita y su hermano don Pedro, haciendo constar, en prueba de agradecimiento, lo benefactores que fueron con la Iglesia.
Mi abuelo se quedó ‘in albis’ y aquellos bienes que le hubieran enriquecido no los olió.
El abuelo Zacarías falleció pobre en Segovia el 12 de febrero de 1972 a los 95 años de edad.
