Cualquiera que se acerque a El Sotillo puede ver unas formaciones rocosas de vivo colorido, en parte natural y otros artificiales fruto de grafiteros poco escrupulosos. Durante siglos, en estas canteras se extraían bloques de piedra que posteriormente eran transportados a diferentes aserraderos para su transformación en distintos despieces. Este aprovechamiento resultaba fundamental para la construcción de adoquines y grandes panteones, así como para cualquier otro elemento de albañilería.
En los años 70 llegaron a vivir en estas canteras unas 150 familias. Entre los maestros canteros más recordados figuran la familia de los Arrietas, los Barcenillas, el señor Jacinto, los Valverdes y muchos otros nombres que, con el tiempo, han ido desapareciendo.

Se puede realizar una ruta que parte de la calle Venezuela y recorre el río Ciguiñuela, que hoy en verano apenas lleva agua a causa del cambio climático. El río ofrecía en los años 50 abundantes truchas, bermejas, gobios e incluso ranas. Este río se alimenta de varios arroyos procedentes de los términos de Torrecaballeros, Trescasas y San Cristóbal. Siguiendo el curso del río unos dos kilómetros, en sus márgenes podemos contemplar una gran variedad de árboles, entre los que destacan fresnos, chopos, zalgateras y zarzas. Durante el verano es habitual detenerse en el camino para recoger y saborear las exquisitas moras.
Al inicio de la primavera, a primeras horas de la mañana, el paseo se ameniza con el canto del ruiseñor, los jilgueros y otras muchas aves que llenan de vida el recorrido. Este lugar también es muy apropiado para la cría de conejos. Además, no faltan praderas repletas de flores silvestres, mezcladas con alguna tierra sembrada de cereales. En otoño, el entorno invita a la búsqueda de setas: destacan las apreciadas setas de cardo y, en primavera, los cardillos, que completan la experiencia gastronómica de la ruta. Una opción diferente para conocer El Sotillo desde otro punto de vista.
