El amor sigue vivo. Herido, caro y algo tardío, pero vivo. Las estadísticas, que no se enamoran de nadie, lo dejan bastante claro: los españoles continúan casándose… y separándose… con bastante entusiasmo. Otra cosa es cómo lo hacen.
En 2024 se celebraron en España 175.364 matrimonios, un 1,7% más que el año anterior. La tasa de nupcialidad se queda en 3,6 bodas por cada 1.000 habitantes. No es precisamente el boom de los años de nuestros padres, pero tampoco el entierro definitivo del matrimonio. En 2023 hubo 172.430 bodas, un 3,7% menos que en 2022. Es decir: la institución aguanta, aunque con menos fuegos artificiales y más calculadora.
Porque ahora la gente se casa más tarde. La edad media al matrimonio roza los 40 años en ellos (39,9) y supera los 37 en ellas (37,2). Para entonces muchos ya llevan años compartiendo piso, hipoteca, mascota y, con suerte, paciencia. De hecho, la mayoría de las parejas llega al altar después de haber convivido, de haber probado la vida en común sin necesidad de vestido blanco ni arroz.
También han cambiado los protagonistas. En 2024 se celebraron 7.336 matrimonios entre personas del mismo sexo, el 4,2% del total, por encima de los datos de 2023. Un 51,7% de esas bodas fueron entre mujeres y un 48,3% entre hombres. Lo que hace 20 años era debate nacional hoy es un dato de tabla estadística. Y esa normalidad dice bastante más del país que muchos discursos.
Mientras tanto, las bodas “de toda la vida” también se transforman. Menos tía lejana invitada por compromiso y más amigo cercano. Menos aforo de campo de fútbol y más celebración ajustada a la gente que realmente importa. Y, sobre todo, más dinero invertido en cada invitado.
Los estudios de portales especializados sitúan el coste medio de una boda alrededor de los 20.000 euros, con un presupuesto por persona de unos 212 euros. La aritmética es sencilla: menos sillas, más gasto por silla. Y más obsesión porque la experiencia sea “inolvidable”, que es la palabra mágica de la industria.
El 70% de las bodas en España dura ya más de un día, es la boda eterna: preboda, boda y posboda, tres actos como mínimo para darlo todo. Lo habitual es convertir el enlace en un fin de semana completo, casi un pequeño festival privado donde los invitados se dejan la voz, el sueño y una parte de la nómina.
Alrededor de ese invento florece un ecosistema de oficios que haría sonreír a cualquier sociólogo: además de fotógrafo y videógrafo, ahora aparecen creadores de contenido para redes sociales, tatuadores y hasta cuidadores de mascotas para que el perro también salga favorecido en las fotos. En el tramo más alto del mercado se contrata incluso la aromatización del evento, con marcas especializadas que diseñan “el olor” de la boda. El amor, literalmente, tiene fragancia propia.
Claro que no todo termina con el baile lento y el DJ poniendo clásicos de madrugada. En 2024 se registraron en España 86.595 casos de separación y divorcio, un 8,2% más que el año anterior. La tasa global se sitúa en 1,8 rupturas por cada 1.000 habitantes. No es una anécdota: es parte del paisaje.
La inmensa mayoría son divorcios (82.991 casos, el 95,8%), frente a 3.604 separaciones (4,2%). Y cada vez se recurre más a vías rápidas: el 13,8% de los divorcios se tramita ante notario, sin pisar un juzgado. El resto se resuelve por sentencia o decreto, con sus correspondientes colas, procuradores y paciencia.
En casi la mitad de los casos con hijos (49,7%) se opta por la custodia compartida, que ya no es una rareza sino la norma en ascenso. También hay rupturas en matrimonios del mismo sexo: 2.121 divorcios (el 2,6% del total) y 85 separaciones (2,4%). El amor es democrático incluso cuando se rompe.
Al final, la foto es esta: bodas más tardías, más caras y más diseñadas para la experiencia; divorcios más rápidos, menos estigmatizados y mejor repartidos. El matrimonio ya no es el punto de partida de una vida en común, sino una especie de ceremonia de confirmación: la fiesta que celebra una historia que empezó mucho antes.
Las estadísticas no cuentan abrazos, pero sí dejan una pista: pese a todo, pese a los precios, a las hipotecas y a los notarios, la gente sigue queriéndose lo suficiente como para casarse… y, cuando hace falta, para decir basta. Entre una cosa y otra se escribe, con bastante más verdad que en los cuentos, la historia sentimental de este país.
