El individuo es el elemento imprescindible para poder experimentar, analizar y razonar sobre los diferentes sucesos que la vida le va poniendo por delante. Y, sin lugar a dudas, esta misión es la esencia de su existencia como persona diferenciada: La búsqueda de la Verdad. Ya decía Einstein que la solución de un problema sólo puede ser encontrada desde un plano más elevado de aquel en el que se ha producido el problema. Por ello, resulta necesario individualizarse como ser inmanente, de la globalidad trascendente que uno es, para poder reconocer su propia esencia. Y a esto se le denomina perspectiva.
El globalismo es un sufijo que pretende otorgar sustantividad al adjetivo “global”. Global se refiere a un todo más allá de sus partes. Como sufijo que es, se encuentra teñido por el color de la ideología y se viste con la ropa del intervencionismo. Y como cualquier doctrina ideológica e intervenida, se sostiene por su radicalización y por su lucha a ultranza frente a aquello que no comulga con ella.
Los “ismos” escriben la historia de la humanidad. Se trata de los mecanismos mediante los cuales la Verdad se transforma en falsa verdad.
Hace apenas dos mil años, un Maestro nos otorgó perlas de sabiduría como las que siguen: “Yo soy el que soy”. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. “Antes de que Moisés existiera, yo ya existía”. Sólo trescientos años más tarde, el adjetivo determinativo de lo “crístico” se transformó, añadiendo el sufijo “ismo”, en la doctrina del cristianismo y ahí comenzó la manipulación de aquella enseñanza en favor de los intereses particulares de quienes se erigieron como enseñantes de la misma.
Persiste la errónea creencia de que somos parte del sistema. Y este adoctrinamiento no deja de ser una nueva manipulación llevada a cabo por quienes dirigen el propio sistema. Lo cierto es que el sistemismo ha sido creado por los dirigentes del sistema y ha sido inventado para suplantar, en su propio beneficio, el Orden Eterno y Natural. Existen dos formas de afrontar esta dicotomía tras haberla reconocido. La primera, renunciar por completo al sistema, vivir una vida apartada y separada de él, contemplando e indagando sobre la Realidad trascendente en aquel Orden Eterno. La segunda, realizar la labor personal de cada uno, de acuerdo a sus dones y talentos, en consonancia con dicho Orden Eterno, sabiendo que uno no es el sistema y, a la vez, generando riqueza. Esta segunda opción, válidamente reconocida por todas las tradiciones espirituales y filosofías de la antigüedad, se complica en el momento en el que la riqueza que se genera sólo sirve (casi en su totalidad) para alimentar a la corruptela que conforma el falso sistema.
El Orden Eterno es el único y verdadero sistema, porque es el único que se sostiene a sí mismo. Puede ser observado desde su aspecto individual o global. El primero, como afinamiento personal a su melodía perfecta, actuando siempre en su consonancia. El segundo, aprendiendo de la contemplación de su perfección. Todos los demás sistemas son “ismos” del original. De ahí surgen las ideologías como el neo-liberalismo, el comunismo… y una de nueva manufactura denominada sanchismo. Esta última se puede resumir en pocas palabras: “La Ley, el Congreso, la Fiscalía y los Jueces son míos. Para ello, la estadística, el recuento de los votos, las encuestas, la inteligencia y los medios de comunicación, son míos.
De este modo, la educación de tus hijos, la gestión de tu salud, las pautas sobre lo que comes, lo que puedes hacer y cómo debes gastar tu dinero, son míos. Y, en última instancia, la decisión de lo que es bueno para la Nación es mía. En base a todo lo anterior y, para poder seguir manteniendo este tesoro, me auto invisto del poder de hacer saltar por los aires el orden legal establecido, porque quien decide, soy yo”. Hay quien le vitorea y esto provoca que algunos nos maravillemos ante el insondable misterio de la mente humana.
Con el globalismo ocurre algo similar. En lenguaje llano, sin entrar en detalles y, analizándolo desde una mirada global, consiste en dejar lo propio en manos de un supuesto fin global. Ello, en sí mismo, aunque pueda sonar bien, resulta irracional, ya que, si cada parte se ocupara de cumplir su labor, el todo funcionaría correctamente. Pero es que además, concurren otras circunstancias disonantes: Se desconoce al que decide lo que es bueno o malo para el todo. Se entregan nuestros recursos en favor de un ente anónimo que nos obliga a deshacernos de lo que tenemos e implantar aquí aquello de lo que carecemos. Supone la pérdida absoluta de la auto-gestión de lo nuestro. Nos cambia el modo de vida, las costumbres firmemente arraigadas en la memoria, haciéndonos perder nuestra identidad y convirtiéndonos en individuos más débiles y dependientes.
Y yo me pregunto; ¿Quiénes son estos entes supra nacionales que deciden los designios de las naciones? Se disfrazan, se sirven y ocultan tras organizaciones como la ONU, la OMS, la UNESCO, el FMI, El G20, el Foro de Davos…, pero tampoco son estas organizaciones, porque están por encima de ellas, dirigiéndolas. Ellos son los que, aprovechando conflictos raciales y territoriales pre-existentes, hacen saltar la chispa en un momento concreto, convirtiéndolo en guerra. Realmente atufa. A nadie se le ocurre dejar sus ovejas al cuidado del lobo o su dinero en manos de quien ha nacido con el único objetivo de beneficiarse de él.
El caso es que, es posible que, todo esto sólo pueda concurrir porque hemos dejado de lado el cultivo de la sabiduría perenne. Las casas, salvo excepciones, se encuentran vacías de libros; Las vidas, salvo casos aislados, se llenan de descafeinados disfrutes momentáneos. La televisión y las redes han sustituido a los Sabios. Por eso, a veces, es bueno dirigir la mirada hacia atrás y preguntar con humildad: Abuelo, ¿qué está pasando?, ¿qué es lo que nos ha fallado?
