No existe religión que haya valorado tanto la vida y se haya opuesto con tanta fuerza a la muerte como las llamadas ‘religiones del libro’ (la Biblia, el Corám: judaísmo, cristianismo e Islam). Entre ellas existe, de forma especial, el cristianismo que nace del evangelio de Jesús y valora la vida creada y la creación como origen de su existencia.
Habrán existido cristianos que por diversas razones han vivido, como tales creyentes, favoreciendo la cultura de muerte, pero es patente que numerosos cristianos y la esencia del cristianismo están a favor de la cultura de vida.
Hoy aparecen ideologías retrógradas, aunque se denominen progresistas, que quieren imponer la eutanasia y la muerte como hicieran los espartanos. La eutanasia es tan antigua que nuevamente aparece en ideologías débiles, es decir, aquellas que buscan el progreso del Estado pero no de las personas.
Como consecuencia de la valoración de la vida, los cristianos quieren prestar atención médica, espiritual y pastoral a los enfermos en las fases críticas y terminales. Se trata de que los enfermos en situación crítica vayan aceptando como suya su propia muerte.
¿Como ayudar a los enfermos terminales? es evidente que la eutanasia no ayuda sino que elimina, no valora la vida sino que mata y huye. Es verdad que es humano el miedo al sufrimiento y a la muerte. Pero este miedo solo se supera enfrentándose a él como sucede con todo tipo de miedos. La huida en la batalla no es vencimiento sino cobardía.
Pero el enfrentamiento a la muerte necesita de la cercanía de las personas que aman. Frente a lo inevitable de la enfermedad, sobre todo si es crónica y degenerativa, si falta la fe y el afecto de los tuyos, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que se produce, constituyen hoy en día las causas principales de la tentación de controlar y gestionar la llegada de la muerte, aun anticipándola, con la petición de la eutanasia o del suicidio asistido.
Lo que se quiere con los cuidados paliativos es estar cerca del enfermo y ayudarle a que con los mínimos sufrimientos posibles la persona terminal asuma libremente su propia muerte, como uno de los acontecimientos más importantes de su vida.
Los hombres, creyentes y no creyentes, saben que el valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico. Sin embargo, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio deliberado degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador y a la misma sociedad.
Como afirma un sano pensamiento humano, salvo la discutible filosofía existencialista (Sartre, Camus…), la miseria más grande es la falta de esperanza ante la muerte. Esta es la esperanza anunciada por el testimonio cristiano que, para ser eficaz, debe ser vivida en la fe implicando a todos, familiares, enfermeros, médicos. La cercanía de la familia, como afirma el cristianismo y, en concreto, fomenta la atención pastoral de los cristianos y la ayuda humanista, están llamados a vivir con fidelidad el deber de acompañar a los enfermos en todas las fases de la enfermedad, y en particular, en las fases críticas y terminales de la vida.
Un dicasterio romano acaba de publicar un documento a favor de la vida y en contra de la muerte. Lleva por título Samaritanus bonus (“Samaritano Bueno”). Nos invita a poner en práctica los cuidados paliativos como hiciera el Buen samaritano: baja de su cabalgadura política, se acerca al enfermo del camino, lo monta sobre su vehículo hospitalario y lo lleva a la posada. Paga la estancia del enfermo, después de haberle curado con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Si la sociedad española optara por la eutanasia, se alejaría del valor de la medicina que nació para curar y no para matar. Todo nos dice que la cultura productivista, donde todo depende del Estado o de los políticos, responde a una ideología de muerte basada en la ley del más fuerte, en la competitividad, y en lo que ordene la dirección del sistema estatal. Las culturas dictatoriales siempre han promovido la cultura de muerte.
