José Quintana es el hombre de moda en Riaza. A pesar de que hace ya un par de meses que se marchó de la villa, todo el mundo habla de él. Pero casi todos lo hacen off de record, sin micrófonos delante. Desde que saltó a los medios de comunicación la noticia de que el Obispado de Segovia había decidido expulsarle tras ser acusado de robar la colecta de la parroquia, por Riaza han desfilado infinidad de cámaras de televisión, a la búsqueda de testimonios. Pero para desgracia de los informadores, ellos mismos han quedado convertidos en diana de las burlas. “¿Tan poco trabajo tenéis que os preocupáis ahora por esto, que está ya más que olvidado?”, espetaba ayer en la Plaza Mayor un empleado del Ayuntamiento.
Independientemente de las simpatías o antipatías que Quintana despertaba, el asunto “es agua ya pasada”, dicen en el pueblo. Los riazanos no quieren que el nombre de su villa se asocie en las televisiones con un suceso de este tipo. “Hay que pasar página ya”, señalaba un vecino de mediana edad, esperanzado en que pronto vuelva la proverbial tranquilidad a la localidad.
Quintana aterrizó en Riaza a finales de septiembre pasado, posiblemente el viernes 24. Llegó en calidad de “colaborador” del párroco, Javier Martín, un joven sacerdote segoviano, natural de Remondo, que previamente había solicitado al Obispado de Segovia “ayuda” para el desempeño de su labor pastoral en la Unidad Parroquial de Riaza (18 pueblos), cuando se supo que el otro sacerdote con el que convivía, Antonio Sanz, había sido destinado a Segovia, a la parroquia de Santa Teresa.
Ya en Riaza, Quintana residió en una de las dos viviendas de la Casa Parroquial. En la otra vivienda vivía Martín, que en poco más de tres años ha conseguido ganarse el cariño de sus feligreses. Según contaba ayer uno de ellos, buen conocedor de este turbio asunto, desde el primer día de estancia de Quintana, un hombre “callado” y “reservado”, éste tuvo acceso a todas las llaves de la parroquia.
A finales de noviembre, Martín abandonó unos días Riaza, para ir a unos ejercicios espirituales a Madrid. Al regresar, aseguran que “encontró cierto desorden en su vivienda”, lo que le hizo desconfiar de su compañero. El momento crucial se produjo días después, cuando el párroco se reunió en la Casa Parroquial con las feligresas que, cada mes, cuentan las colectas que se recogen en la parroquia. “(Martín) fue al lugar donde guardaba el dinero y allí no había absolutamente nada”. Un testimonio afirma que el joven párroco se dirigió a Quintana, a preguntarle si sabía algo. “Se puso nervioso, hizo unas declaraciones confusas, contradictorias; aquello era raro”.
En vista de la situación, Martín decidió informar a sus superiores quienes le aconsejaron que presentara una denuncia en el Cuartel de la Guardia Civil de Riaza.
A principios de diciembre, el obispo de Segovia, Ángel Rubio, visitó en dos ocasiones Riaza, con motivo de un encuentro de jóvenes. La segunda vez, tras mantener una conversación con Quintana, el obispo le expulsó de la Diócesis. Al día siguiente, Quintana recogió sus escasas pertenencias y partió, con rumbo desconocido. El conductor que le llevó no quiso ayer desvelar su destino. “Lo siento —declaró cortésmente—, con estas cosas únicamente se quiere hacer daño a la Iglesia, así que no voy a prestarme a ese juego”.
En su corta estancia en Riaza (poco más de dos meses), Quintana apenas tuvo tiempo para calar en el corazón de los riazanos. “Estuvo muy poco tiempo como para que nos diéramos cuenta de su presencia”, advertía uno. Para los que no suelen pisar la iglesia, Quintana es un desconocido. Es el caso del estanquero Emilio: “Yo no le conocía. Nunca le había visto”. Como en la viña del Señor, ahora hay opiniones para todos los gustos. Carmen, una feligresa de comunión diaria, asegura que “la misa la decía bien”, aunque reconoce que “era un poco rarillo y tenía poco trato con la gente”.
En el extremo contrario se encuentra la propietaria de la pastelería situada justo debajo de la Casa Parroquial, una mujer que acostumbra a donar a los sacerdotes, cuando cierra su tienda, alimentos que al día siguiente deberá tirar (pan o dulces), para que los coman ellos o los entreguen a personas necesitadas. “Una vez vino (Quintana), a última hora, preguntando que había para cenar. Le ofrecí varios dulces, pero él me pidió algo salado, y yo no estaba dispuesta a darle la empanada que tenía para vender al día siguiente. Entonces él se marchó, un poco airado”. “Era un caradura”, agrega esta pastelera, que también asegura haberle visto “escaquearse” a la hora de pagar.
Ahora, cuando Quintana se ha convertido en el protagonista de todas las conversaciones, se han empezado a saber más datos de él. Se dice que había nacido en Managua, la capital de Nicaragua, y que unos familiares suyos que residían en Barcelona se estaban encargando de regularizar sus ‘papeles’ en España. Pero lo que no se sabe a ciencia cierta es si realmente era sacerdote o se trataba de un impostor. La pregunta sobrevuela en las calles de Riaza. “Al Obispado de Segovia le han metido un gol; no sacaron a la luz este asunto en su momento y ahora lo periodistas os estáis cebando en él”, declaraba un conocido comerciante de la Plaza Mayor.
Desde el Obispado de Segovia hay un mutismo total al respecto. Las escuetas declaraciones que ha realizado hasta el momento no aclaran la situación, reconociendo que Quintana presentó documentación que le acreditaba como religioso de una orden. Dicha orden es, al parecer, “desconocida”.
En las calles de Riaza, un católico, “molesto” con la actuación del Obispado de Segovia, insistía ayer en pedir explicaciones por lo sucedido, recordando una cita evangélica: “La Verdad os hará libres” (San Juan, 8, 32).