Nadie de los que acudió al salón de plenos de la Diputación de Segovia a la presentación del libro ‘Los gabarreros de El Espinar’ podía imaginar, ni en sueños, que aquel trabajo de tipo etnográfico escrito por Juan Andrés Saiz Garrido convulsionaría la localidad hasta el punto de convertir un oficio en declive en la excusa perfecta para organizar una fiesta que, dos décadas después, está declarada de Interés Turístico Regional y ha conseguido, sino resucitar, si por lo menos impedir que se pierda el recuerdo de la gabarrería. Ya nadie se pregunta aquello que “¿pero qué coño es un gabarrero?”, una frase que el propio Saiz Garrido descubrió a finales de los 90 grabada en un banco de la calle, porque ahora en El Espinar todos, incluyendo a los más pequeños, saben perfectamente que es un gabarrero.
La llamada ‘Fiesta de los Gabarreros’, organizada por el Centro de Iniciativas Turísticas de El Espinar, ha cumplido este fin de semana 18 años. Es, por tanto, mayor de edad. Como tal se comporta. Ha ido aprendiendo en su niñez y adolescencia y ahora se presenta como una fiesta madura, capaz de aglutinar a todos los espinariegos en torno a sus raíces y, al tiempo, atraer visitantes, muchos visitantes. Conchita Vázquez, espinariega de cuna pero residente en Segovia, acude “todos los años” por ver a su familia y, al tiempo, contemplar un espectáculo con el que se siente íntimamente identificada. Su marido, José Luis Sanz, explica a quien le quiera escuchar que los gabarreros “eran los que faenaban en el monte, recogiendo leñas”, y agregando que la fiesta rememora ese antiguo oficio.
En una mañana tan fría como soleada, las calles más céntricas de El Espinar se llenaron ayer de gente, deseosa de ver imágenes propias de otro tiempo y/o espacio. En El Pinarillo se concentraron los participantes en el desfile. Había allí gabarreros cargando de leña sus caballos, unos al estilo antiguo, con cargaderas, y otros usando las más modernas angarillas. Se veían también mulas, animales que todavía hoy resultan insustituibles en los lugares más intrincados del monte. Y no faltaban burros. Eso sí, en esta edición se echó de menos a los bueyes.
La comitiva se puso a andar en dirección a la Plaza de la Constitución, escenario central de la fiesta. Y allí, como ya viene siendo habitual, Cipriano Dorrego cogió el micrófono para ejercer de speaker, explicando de forma didáctica a la concurrencia todo cuanto allí iba a producirse. Se sucedieron los cortes de leña, de todos los tipos. Juan Rodríguez I demostró por qué acaba de ganar la Txapela, de segunda categoría, en Álava. Su hijo, Juan Rodríguez II, reciente semifinalista en el Campeonato del Mundo de aizkolaris, hizo lo propio. Amén de estos grandes campeones, en El Espinar hay cantera de cortadores. Los dos menores fueron Unai Valverde, de 6 años, quien se colocó una protección metálica antes de empuñar el hacha, para evitar accidentes; y Javier Muñoz, de 10.
Para animar un poco más el ambiente, el Grupo de Danzas de El Espinar bailaba de vez en cuando una pieza, siempre al son marcado por la Escuela de Dulzainas de San Rafael.
En medio del gentío, se procedió a la entrega del premio ‘Gabarrero de Honor’, que en esta edición ha ido a parar al octogenario Pablo González, un hombre que aunque ahora solo sube al monte a pasear, está implicado al 100% en la fiesta. A renglón seguido, otro galardón, el del ‘Pino de Plata’, a Saiz Garrido, “el culpable de que la fiesta sea lo que es”, tal y como apuntó la alcaldesa, Alicia Palomo. La regidora tuvo también palabras elogiosas hacia los gabarreros, por haber sostenido económicamente el municipio y, al tiempo, conservar los montes en un estado tal que hoy son merecedores de estar incluidos en una Reserva de la Biosfera.
Saiz Garrido, emocionado, articuló un discurso de agradecimiento por la concesión del ‘Pino de Plata’, asegurando que “hoy recibo, multiplicado por mil, el cariño que en su día volqué al escribir el libro Los gabarreros de El Espinar”. Entonces, reconoció ayer, pensó que iba a describir un oficio singular, pero se encontró con toda una cultura, la del monte y los gabarreros. Quiso a continuación describir, de forma poética, a los espinariegos, de los que dijo son hombres de bien marcado amor a la tierra, solidarios, de instinto furtivo, con sangre jacobina y transgresora, arrogantes como un pino centenario, de cabeza dura, trabajadores,y duros, muy duros. Para acabar, confesó interpretar el premio como “un estímulo para seguir empujando como uno más el carro de la cultura y del proceso colectivo de este pueblo”.
Mientras se escuchaban los aplausos, Jorge Bunes se colocaba pinchos o callos en sus botas para ascender hasta lo alto de un pino de 26,60 metros. Ante la atenta mirada de todos los presentes, subió un periquete, sacó el hacha y segó la coguta del pino.
Se había hecho la hora de comer, así que la Plaza de la Constitución se despejó con rapidez. Los espinariegos, a casa. Los visitantes, a alguno de los restaurantes participantes en las ‘Jornadas Gastronómicas de los Gabarreros’. Al respecto, la restauradora Isabel Codina estaba satisfecha. “Casi todos los establecimientos estamos llenos; es de agradecer, pues hemos hecho un gran esfuerzo para elaborar menús de calidad, muy completos y a un precio ajustado”, decía.
Desde el CIT, a bote pronto, también se hacía una lectura positiva de la función. “Este año —sostenía su presidente, Juan Andrés Saiz Lobo— nos ha venido muy bien la promoción de Segovia; por aquí, casi todo el mundo conoce la fiesta”. Quien lo iba a decir en 1996…
Vídeos en la noticia de Pedro Merino: el primero muestra la subida al pino grabada con una cámara subjetiva y el segundo demostraciones de los Gabarreros en San Rafael