El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, inclinó su cuerpo hacia adelante, con la ansiedad grabada en el rostro. La secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, se puso la mano en la boca en señal de incredulidad. Lo que produjo tal estado en la Casa Blanca aquel primer domingo del mes de mayo era una noticia vía comunicación electrónica desde la sede de la CIA: habían matado a Osama bin Laden.
Era ya la una de la mañana del lunes 2 de mayo de 2011 en Pakistán cuando cuatro helicópteros del Ejército norteamericano se colaron en la frontera y descendieron a un equipo del grupo de élite de Mar, Aire y Tierra de la Armada estadounidense (SEAL) sobre el tejado de un misterioso complejo, ubicado a solo 60 kilómetros de la capital, Islamabad.
Uno de los helicópteros se malogró durante la operación y tuvo que ser destruido. Aquello puso de manifiesto una de las principales preocupaciones de Obama: si los SEAL serían capaces de salir del país islamista de forma segura.
En los 40 minutos siguientes, los militares mataron a cuatro personas, volando puertas en busca del objetivo final, el líder de Al Qaeda, el terrorista más buscado. Lo encontraron en la tercera planta, con un fusil AK-47 y una pistola a su alcance. «Tenemos contacto visual con Gerónimo», indicó al grupo reunido en la Casa Blanca el entonces director de la CIA, Leon Panetta, usando el nombre en código de Bin Laden.
El comando estadounidense lo disparó una vez en el ojo, otra en el pecho y después escapó con el cadáver. Hubo un prolongado silencio de espera antes de que llegara la confirmación: reconocimiento facial, altura, y una comparación preliminar del ADN. «Gerónimo EKIA», señaló Panetta, según el diario New York Times. Enemigo Muerto en Acción (Enemy Killed In Action, en inglés).
Finalmente Obama habló. «Lo tenemos», sentenció.
El presidente había dado el visto bueno para el arriesgado asalto dos días antes, y siguió adelante con su vida pública normalmente: una visita al centro espacial de Florida el viernes, una comparecencia simpática antes del banquete anual de la Asociación de Corresponsales el sábado, golf el domingo temprano.
Pero la ansiedad y la preocupación se hicieron evidentes cuando la Casa Blanca publicó una fotografía de Obama, Clinton y su equipo siguiendo la operación. El mandatario norteamericano admitió que habían sido «los 40 minutos más largos» de su vida.
La redada secreta en el territorio de Pakistán representó el punto culminante de casi 10 años de búsqueda del hombre detrás de los ataques terroristas del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos, que provocaron la muerte de casi 3.000 personas. El despliegue también provocó la ira del Gobierno de Pakistán, que no fue alertado de antemano y posteriormente fue obligado a negar las sospechas de Estados Unidos que indicaban que Bin Laden había estado escondido con ayuda oficial.
Mientras que éste resultaba ser un momento decisivo para la Presidencia de Obama, respondiendo a las dudas sobre su dureza ante el terrorismo, también puso contra las cuerdas las relaciones entre Washington e Islamabad en un futuro inmediato.
Sobre todo, la operación acabó con 10 años de una persecución gato y ratón después de que las pistas del líder de Al Qaeda se perdieran en diciembre de 2001 en la batalla de Tora Bora, Afganistán, en la frontera con Pakistán. El Ejército de EEUU lo había dejado escapar.
En los años de intensa búsqueda que siguieron, el enemigo público número uno -quien con sus 1,95 metros de altura era identificable incluso a través de fotografías satelitales- trasladó a su familia a Pakistán, donde según todas las informaciones residió en cinco casas, fue padre de cuatro niños, mantuvo a dos esposas y tuvo dos hijos nacidos en hospitales públicos.
De hecho, ya en 2005 el clan Bin Laden se había mudado a Abbottabad, cerca de la sede del Ejecutivo paquistaní, de acuerdo con una de sus esposas, Amal Al Sadeh. La casa quedaba a escasos 100 metros de una academia militar, en una comunidad favorecida por jubilados del Ejército.
Sin embargo, para el año 2007, la CIA seguía las pistas de información sobre Al Qaeda obtenidas gracias a los correos de reclusos que se encontraban en la cárcel de Guantánamo.
La llamada de un teléfono monitoreado condujo a los investigadores a Abbottabad, en agosto del año 2010.
El complejo, ocho veces mayor que otras viviendas de la zona y rodeado de un muro de entre cuatro a seis metros de altura con alambre de púas, era inusual: sus ocupantes quemaban su basura, a diferencia de sus vecinos, que la sacaban para que fuera retirada. Había muy pocas ventanas que dieran al exterior y la vivienda no tenía conexiones telefónicas o de Internet.
En medio del júbilo entre los ciudadanos de Estados Unidos por la eliminación del terrorista más odiado, Barack Obama se mostró cauto, diciendo que «se había hecho justicia».
El mandatario norteamericano manifestó también que no se divulgarían las fotografías del cuerpo del jefe de Al Qaeda porque podrían suponer «una incitación adicional a la violencia como una herramienta de propaganda».
«Saben que eso no es lo que somos. Saben que no sacaremos a relucir estas cosas como trofeos», mencionó el inquilino de la Casa Blanca en una entrevista televisiva después del operativo. El cuerpo sin vida de Osama Bin Laden fue llevado en el portaaviones Carl Vinson al mar Arábigo, limpiado de acuerdo con la práctica islámica, envuelto en una sábana blanca y arrojado al océano.
