Recuerdo que eran las jornadas previas a un domingo electoral en USA, cuando empezamos aquel viaje en coche. Salimos desde la Ciudad de México y condujimos hasta los estados norteños para cruzar por uno de los puentes del rio Bravo y llegar el Valle del Rio Grande. Después, unos días en San Antonio y finalmente, Austin. Una vez que cruzamos la frontera, por todos los lados se observaba una más que notoria implicación ciudadana en la campaña política. El apoyo se difundía de manera abierta, gráfica y sin ningún tipo de complejos. Mirases a donde mirases, los carteles electorales ilustraban los jardines privados de las viviendas. Incluso fuera de las zonas conurbadas, en los accesos a los grandes ranchos de las praderas o en las vallas de ambos lados de la carretera, se observaban las fotos de los candidatos junto al símbolo de su partido y todo, enmarcado por unos extensos pastos bajo los que permanece, latente y a buen recaudo, gran parte de la reserva petrolera del Estado de Texas.
No les sorprenderá si les digo, que la inmensa mayoría de las muestras de apoyo que se veían, lo eran para uno de los candidatos a la presidencia, cuya imagen, dentro y fuera de sus fronteras, había sido alimentada por la polémica. Hablamos de Donald Trump ¿todavía se acuerdan? El entonces candidato llegaba a la jornada electoral con el prestigio desfigurado y una falta de credibilidad total a la hora de su capacidad de garantizar los intereses de “todos” los norteamericanos. Su imagen, la que ya nos mostraban de él siendo un simple candidato, era una mezcla calculada de hombre poderoso caricaturizado como un maligno empresario que se metió en política por su marcado carácter interesado. Alguien poco fiable y casi un depravado, polemista de redes sociales y beligerante con el sector mediático. En dos palabras y según la opinión de los medios globalizados: el peor de los candidatos. Sin embargo, como bien quedó certificado, esa no fue la opinión de la mayoría, al menos entre los presentes en aquella cafetería de un hotel de San Antonio, contiguo a la misión del Álamo, donde sentados, con o sin copa en la mano, escuchaban en silencio, serenos y respetuosos, la intervención televisiva de Hilary Clinton. Ni siquiera en el momento en el que esta reconoció su derrota, se llegó a producir algún tipo de estridencia. Estados Unidos acababa de elegir a alguien que consideraban un “intruso” en la política, para ocupar el cargo del “hombre más poderoso del planeta” y su “America first”, según nos explicó alguno de los presentes, fue la llave que le abrió todas las puertas…
¿Y lo que vino después? Pues ya lo conocen. En un rápido análisis de geopolítica de andar por casa, decirles que, él, siendo consecuente con su eslogan de “primero América”, puso patas arriba la política exterior de USA y algunos opinan que desconfiguró los equilibrios de todo lo concerniente a la geopolítica. A lo mejor no les falta razón, pero también fue él, quien avisó de que con la conexión de los gaseoductos rusos Nord Stream a Europa, se había generado una herramienta de coerción, sin precedentes, que pondría el control de muchos de los países del viejo continente, en manos rusas, siendo además, la mayoría de ellos miembros de la OTAN, recuerden. Por cierto, los mismos a quienes también él había pedido un incremento en defensa del 2% de su PIB para garantizar con ello a la Organización militar, su carácter disuasorio.
Y no fue él, sino otros, más centrados en el brexit y la agenda de turno, quienes interpretaron sus avisos como una estrategia eminentemente comercial. Ya ven, como si hubiera algo en la geopolítica que no lo fuera. Y a lo mejor, no por él, sino por esa aparente ingenuidad europea, es por lo que andamos desnortados, como pollos sin cabeza, con dirigentes que no asumen o no ponen remedio a las consecuencias de sus propias decisiones en materia militar o energética. Como aquel que ahora compra el gas ruso después de dejar en el aire el suministro del gas de Argelia y que a medida que el invierno se acerca, va dejando de culpar de todo al otro, ya saben, al de la guerra, y si lo hace, lo hace con la boca un poquito más pequeña. Supongo, que se habrá tenido en cuenta que, el incremento de gas de aquella procedencia, podría exponer a los ibéricos a una innecesaria dependencia que nos deje a merced del “General invierno” y de la cruda realidad de sus inclemencias, o venga Paco, “el de la rebajas”, para la isla energética… como ustedes prefieran.
