El próximo 25 de diciembre, los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús. Ningún otro acontecimiento ha sido festejado de tal modo a lo largo de más de veinte siglos. Nunca en todas las épocas y en todos los rincones del mundo, los cristianos olvidaron que en Belén de Judá nació el Salvador. En cualquier lugar de la Tierra, en guerra o en paz, la humanidad entera, de una u otra manera, ha buscado el calor y la luz que irradia la Navidad.
El nacimiento de una criatura siempre es motivo de alegría. Pero, por sí mismo, tal suceso no justificaría un recuerdo que perdura a lo largo de más de dos mil años. Ni la humildad de su linaje (aunque, descendiente del rey David) explica esta esplendorosa conmemoración multisecular. Tampoco, su existencia terrenal, vivida en una oscura aldea de Palestina. Aún parece todo más insólito, recordando que Jesús murió ajusticiado en una cruz. Sin embargo, el nacimiento de aquel Niño sigue cambiando la vida de tantos millones de personas de todas las edades y en todas las latitudes. Bajo el imperio romano, los cristianos fueron ferozmente perseguidos por sus creencias religiosas, después tolerados, respetados y finalmente, el cristianismo asentó los cimientos de la civilización occidental, en plena sintonía con la filosofía griega y el derecho romano.
¿Cuáles fueron las armas utilizadas para realizar tal proeza? Ante todo, la caridad; seña de identidad cristiana, junto con las bienaventuranzas evangélicas que orientaron sus vidas. Armas eficaces, que respetando la libertad del sujeto, iluminan su razón y fortalecen su voluntad. Al cabo de más de veinte siglos, sus frutos lo confirman. La larga y nutrida historia del cristianismo lo prueba. La alianza de la fe y la razón ha demostrado su fecundidad con innumerables ejemplos en los campos más variados del saber y de la conducta personal. Toda actividad humana ha sido engrandecida por el mensaje cristiano, respetuoso con la verdad y la libertad del individuo (“Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, Jn. 14, 6). Podría afirmarse que hace veinte siglos, en la humilde gruta de Belén, renació la humanidad. Un suceso extraordinario que merece ser meditado y celebrado. Para el filósofo danés Soren Kierkegaard, ese fue el mejor modo que eligió la sabiduría divina para acercarse al ser humano. Por eso la Navidad se convierte en foco de atracción que une a las familias y acorta las distancias. Una razón poderosa para iluminar las ciudades y ensanchar los corazones de todas las personas de buena voluntad.
